Opinión

Impopulares, pero deficientes

@elGrafomano

Equivocado al extremo está quien cree que el progreso se mide en toneladas de concreto. Quien se alza desafiante para defender lo indefendible con el argumento de las “muchas obras” en curso. Quien sigue viendo en la naturaleza una fuerza domesticable y “al servicio del hombre” y no a una aliada poderosa y digna de excepcional respeto. Quien piensa que los ríos se hicieron para canalizarlos y que las quebradas, en potencia, son caños dónde verter la inmundicia.

Extraviados aquellos que niegan la vida como prioridad sistémica y a la vegetación y el agua como dos rubros fundamentales para preservarla. Aquellos que sin miramientos se alzan cual Nerones modernos, blasfemando no sólo contra el resto de ciudadanos sino contra las fuerzas de misiá Natura y los conceptos sensatos de los que sí saben de verde. Aquellos que osan rodear la base de un tronco con alfombras elásticas de color azul, potencial escusado para caninos y desposeídos. Aquellos que visualizan los bosques como malezas merecedoras de cercenamiento y las reservas como potreros urbanizables. También aquellos opositores a la ‘superpoblación de individuos arbóreos’, por considerar que los parques fueron creados, sobre todo, para jugar al fútbol, dormir y broncearse.

Ingenuos esos que no entienden la usurpación del entorno viviente como una de las peores modalidades de corrupción. Esos que aún no dimensionan la relevancia de cuidarlo si de sobrevivir se trata. Esos que se vanaglorian del número inusitado de “proyectos que le cambiarán la cara a Bogotá”. Esos que ni dimensionan los peligros de suponer a la humanidad núcleo y ente rector del planeta. Esos que todavía ni se enteran de que el “creced y multiplicaos” fue proclamado en eras bíblicas y demográficamente distintas. Esos aún inconscientes de lo irrecuperable que se torna aquello ya invadido. Esos que no distinguen entre vehículos medioambientalmente amigables y contaminantes. Esos que aún consideran todo cuanto existe un activo canjeable a nombre de la especie y cada centímetro cuadrado de suelo una oportunidad de “generar empleo”. Esos que, con la debida dosis de cinismo implícita, se valen de este último argumento como estrategia de chantaje social que legitima la depredación.

Imperdonable eso de lanzarse como defensor del diesel, como pavimentador confeso de corredores férreos, como diseminador de canchas sintéticas y como Midas del cemento, hasta el grado de reducir el Jardín Botánico local a la categoría de cómplice y de deforestador oficial. Eso de capotear torpemente las críticas apelando a la retórica aquella de que hay “un animalito más importante que el resto llamado ‘ser humano’ ”. Eso de justificar los desvaríos propios con el lema mentiroso de ‘cero carreta’ o las impopularidades con el orgullo espurio de ser ‘mal político’. Eso de ufanarse de no perseguir reconocimientos, pero en simultánea comprar pauta en medios, financiada con fondos públicos, todo para limpiar la pésima imagen dejada con cada acción. Eso de inventarse lemas insostenibles como aquel del “impopulares, pero eficientes”.

Triste saber que hoy nuestra ciudad, intoxicada y a expensas de ese modelo, pugna por salvarse. Pero mucho más pensar que fuimos nosotros quienes provocamos la desdicha presente. De ahí que en esta incertidumbre sólo quede apelar a la esperanza de no volver a equivocarnos. De lo contrario, nuestro destino seguirá abandonado, en manos de los ‘impopulares y deficientes’. Hasta el otro martes.

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