Si desde la naturaleza nos dejamos seducir por las formas y los colores más estéticos, ¿cómo evitar en la cotidianidad enamorarse de la más bella? Incluso, cuando elegimos la fealdad se da bajo un criterio guiado por la excitación de encontrar la armonía en el desorden. Ya sea amor o deseo, se trata de elecciones, como la de perder el tiempo con las imágenes hipermaquilladas de Instagram; otras, cuando en una mezcla entre esnobismo y real interés apreciamos lo bello que habita en las galerías y en los museos, espacios legitimados para dicho fin; y también en coincidencias honestas, ante conexiones llenas de pureza y hasta magia, de algo que luego etiquetamos como arte por el poder que tiene sobre nosotros. Una experiencia similar viví con el documental Homo Botanicus, en el Festival Internacional de Cine de Cartagena.
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No fue a primera vista. Aunque suelo dejarme seducir por las imágenes del verde intenso de la selva, la interrupción de la cámara y de dos botánicos me incomodaba. A los pocos minutos, la mirada de los protagonistas fue natural y yo entendí sus malos chistes, la inocencia del aprendiz y la precisión del maestro. El documentalista estuvo presente sin pretensiones, con una narración un tanto periodística: describiendo personajes, escenarios y situaciones, sin caer en la tentación de complicar con el lenguaje lo que debe gozar de la claridad potente de la realidad.
La naturaleza tiene el poder de recordarnos que es el origen y el final, que aunque engañemos la mente por medio de deseos con aspiraciones consumistas, todo retorna a ella, porque es la madre mayor. En Homo Botanicus, el espectador entiende eso a través de la pasión del botánico Julio Betancur y de una cámara, que también desde la pasión, logra una narrativa íntima, se podría decir que hasta familiar, pese a la complejidad de la selva y a la torpe mirada humana que siempre ha intentado racionalizar la esencia de las cosas.
También hay que hablar de la fealdad. El primer largometraje de Guillermo Quintero es muy valioso desde lo estético y lo narrativo, pero así como la sala no estaba llena, algo que me llamó la atención en varios eventos y estrenos del FICCI este año, pensé en el camino complejo que tienen los documentales en Colombia. Muchas veces son tratados como el patito feo, cuando representan en este momento lo mejor del cine nacional. La impopularidad del documental se evidencia en la baja taquilla en salas ante una lucha con los exhibidores y los distribuidores. La responsabilidad mayor recae, desde mi visión, en la falta de formación de públicos, labor que debería ejercer de mejor forma tanto el Estado como aquellos privados que dicen apoyar la industria local en su publicidad.
Más allá de repartir culpas, pensar en soluciones es la salida. Una de las mejores charlas del FICCI tuvo como protagonistas a Arturo Guillén, VP de Comscore, y Rocío Jadue, productora ejecutiva de Fábula para hablar de cuál es el futuro del cine independiente. Allí se retomó una máxima básica de la vida: las dificultades son oportunidades; por eso, que en Colombia solo haya una participación del 3% de la taquilla por parte del cine local abre las puertas para repensar las alianzas con los privados, el tipo de contenidos que se producen y las estrategias para llegar a los distintos públicos. Un Estado que no restrinja o controle, pero sí estimule la industria audiovisual es una de las claves. Por eso, habría que pensar en películas como Homo Botanicus y en sus estrategias de distribución y exhibición porque con un contenido de tan alta factura narrativa y estética, ¿qué hace falta para que pueda llegar a más gente? ¿Mayor apoyo de los distribuidores, exhibidores, del Estado o por allí no pasa?