Cada vez que oigo ese nombre me acuerdo de estar viéndolo a menos de tres metros. No sé si alguna vez ya había escrito y espero no autoplagiarme porque solamente lo vi dos veces en la vida, digo, cerca a mí. Aprendí de sus hazañas leyendo y viendo un video en beta que me prestó en el colegio Alejandro Velasco, donde salían sus goles durante el mundial de México en 1970.
PUBLICIDAD
Lo recuerdo muy cerca dos veces. Una, cuando yo era muy chino, muy chiquito y Bogotá era aún más gris, de buses color naranja con ventanas de riel que se bajaban oprimiendo dos pestañas oxidadas, echando humo por el exhosto y gente por las puertas. En un bus de esos me montaron mis papás para ir a la Caminata de la Solidaridad por Colombia y ver a Pelé en la caravana. Y no me acuerdo por dónde fue que estuvimos o en qué lugar de la ciudad nos ubicamos con el único objetivo de ver a Edson: solo recuerdo al negro haciendo señas como loco, con esos dientes blanquísimos y de sentirlo ahí no más. De pronto la realidad del instante era que estábamos lejísimos, pero eso pasa usualmente con los recuerdos: uno los magnifica a su acomodo y así, sin quererlo, se modifican. Después de verlo pasar –igual pasó con Juan Pablo II– el paseo se acabó y nos montamos otra vez en ese bus repleto.
Después ya fue en tiempos de periodista que me lo encontré: él estaba de blazer rojo, camisa blanca, corbata negra y pantalón negro. Parecía un crupier por la pinta, pero había venido a Bogotá como imagen de la Copa Libertadores, en esos años patrocinada por el Banco Santander, y de ahí los colores de su atuendo. Salió al ruedo en medio de un enjambre de periodistas que nos teníamos que conformar con una pregunta en la rueda de prensa para poder hablar con él. Casi ningún medio pudo tener diálogo directo con Pelé –creo que apenas El Tiempo y Caracol tuvieron ese beneficio–, entonces era conformarse con un solo disparo público, es decir, una pregunta más o menos lúcida, para dar en el objetivo.
Me tocó el turno y el único interés que yo tenía era saber qué tan bravo era jugar la Libertadores de los años sesenta. Si eran ciertas todas esas leyendas alrededor de la Copa de esos tiempos que era más una guerra que un juego. El hombre se rió y empezó a hablar: dijo que sí, que, en efecto, esos partidos eran Vietnam y que recordaba la final del año 63 contra Boca en La Bombonera: nunca lo habían insultado tanto en su vida, nunca oyó tantos “filho da puta” dedicados a su nombre. Empezó ganando Boca con gol de Sanfilippo y Coutinho empató las acciones. Pelé contó que tomó la pelota y metió un golazo. Entonces vio que La Bombonera se quedó en silencio y ahí reaccionó contra 50.000 que estuvieron en su contra: se puso el dedo en la boca primero, en signo de silencio atroz y luego se puso el índice señalando su oreja y ahí les gritó: “¿Ahora quién es el filho da puta?”.
Hoy Pelé cumple 77 años.