Soy creyente de que las hazañas específicas son difíciles de repetirse. Es decir, más allá del talento inconmensurable de James Rodríguez, sería imposible que fuera capaz de repetir exactamente igual aquel gol que le marcó a Fernando Muslera hace tres años, tanto que significó colarnos entre los mejores ocho seleccionados del mundo.
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Los momentos son irrepetibles y por eso las oportunidades de hacer historia son mínimas. Porque siempre estamos acompañados de la rutina, del modelo que nosotros mismos hemos confeccionado para esta vida llena de desencuentros. Por eso James quedó en la historia. O Maradona con ese gol irrepetible frente a Inglaterra. Alguna vez en esos ejercicios de comparación que son habituales, Gonzalo Bonadeo –gran periodista argentino– decidió, en su programa, pasar 25 goles de Maradona y encontrar 25 que fueran exactos a los previamente escogidos. Estaba basado Bonadeo en la teoría sobre la cual el genio es capaz de repetir sus propias pinturas. Y sí, se asemejaban esos goles a los originales o esas jugadas de gambeta, pero era imposible encontrar una que fuera copia fotográfica de la otra porque, obvio, ninguna jugada será igual a otra.
Entonces uno piensa que los cracks deben tener ciertas jugadas contadas. Es como si en un momento determinado fueran a una alacena y se gastaran una de esas espléndidas piruetas que les ha regalado el destino y que estarán casi siempre contadas –no serán infinitas–, inventariadas. Esa suma de frascos desocupados harán una trayectoria de crack a lo largo y ancho del mundo, pero claro, los trucos se acabarán algún día, entonces Maradona de regreso a Boca Juniors en 1996 no alcanza a repetir ni media gesta de las de antaño: parecía que esa alacena llena de pócimas para humillar se hubiera desocupado sin posibilidad de encontrar una pizca o una reserva para los momentos de crepúsculo.
Y puedo seguir pensando en que aquella famosa chilena de Van Basten con el Ajax nunca más se la vi hacer igual en otra parte. O a Messi, que tiene tantos goles similares, incluidos los dos el día de su debut goleador en primera –uno anulado y otro válido–, jamás le vi un golazo como el que le marcó al Athletic en versión doble. Si se quiere estar más terrenal, Maxi Rodríguez nunca pudo repetir ese tremendo obús que le anotó a México en Alemania 2006.
A lo que voy es que creo que los futbolistas profesionales a veces tienen eso: un frasquito que los puede inmortalizar porque usarlo bien los ayudará a entrar entre el grupo de los diferentes, aunque sea por un segundo. La elección del Puskas tiene mucho de eso: de valorar aquel jugador que, sin ser Cristiano Ronaldo, un día quiso entrar a su gaveta, gastar la ampolleta que le dio el destino y sentirse un día en la vida mejor que el portugués.
Por eso hay que saber gastar bien esa oportunidad. Hay que tratar de no gastársela como lo hizo Kondogbia este fin de semana.