Como primera medida, quiero ser enfático al decir que no soy uribista ni antiuribista. Tristemente ya debe uno aclarar esto para que ambas hordas, antorcha en mano buscando a quién linchar, no se vengan lanza en ristre con sus tonterías. Igual lo hacen: es tanto el nivel de polarización, fanatismo y ceguera que puedo asegurar que no hay nada peor, en cualquier escenario (familiar, almuerzo, cena, redes, chats o una simple conversación) que un antiuribista o un uribista. Prefiere uno aguantarse un debate sobre fútbol en el que se agarren por quién es mejor entre Nacional, Millos o América, o si Maradona es mejor que Pelé. Insufribles por donde usted lo mire.
PUBLICIDAD
Pues bien, vivo en Medellín, soy paisa y trabajé durante varios años al lado de Daniel Samper Ospina en la revista SoHo. Todo lo que ha pasado con él y el expresidente Uribe durante estos días me ha invitado a la reflexión desde varios frentes.
Para empezar, en un país en el que estamos ad portas de tener un Guinness Récords con Sábados felices como el programa que más se ha mantenido de forma continua en la televisión, el concepto de humor está del lado de la rabia y del mal genio. En qué momento se nos olvidó que burlarnos de nosotros mismos es una catarsis, que la risa como factor de tolerancia es símbolo de progreso y que un pueblo que se sabe reír de sus falencias, costumbres o características es un grupo humano que denota progreso…
Samper Ospina escribió desde su columna un texto sobre lo que sería el imaginario de una supuesta nación antioqueña y ¡oh escándalo! Desde la tribuna que tiene hace años en la revista Semana, Daniel ha instaurado una ventana que carecía de buenos exponentes, la del humor político lleno de sátira, doble sentido, símiles, hipérboles y demás herramientas que la bella lengua castellana ofrece. Cabe decir que las grandes dictaduras siempre han visto en los comediantes, en la bohemia literaria y en los neuronales liberales a enemigos acérrimos de su entramado maluco. Cabe decir que las grandes democracias han tenido dentro de sus parámetros el respetar la opinión, tolerar la diferencia, el vivir el humor y darle rienda suelta al arte. Y si ese mismo arte muestra una cara no agradable de esa sociedad, pues más bienvenido sea.
Colombia ha tenido exponentes brillantes de la irreverencia, la sátira y el humor negro enfocado hacia la política. Quién puede olvidar el legado de Klim, de Jaime Garzón, de Osuna, ahora del gran Matador, Daniel Samper Pizano y creo que dejo por fuera a muchos… No busco comparar a Samper Ospina con ellos: para mí está al nivel; pero el humor es eso y todos están en su derecho de digerir la sátira de Daniel como bien les parezca. Nada más subjetivo que el humor, pero creo que esa ventana de la irreverencia política a través del humor tiene en él a un exponente inteligente.
Pero esto es Colombia, el tercer mundo. Y si en Francia digerir a Charlie Hebdo cuesta y costó una masacre (por cierto, acá se indignan con Daniel Samper Ospina, pero apoyaron a Hebdo, cosas curiosas), en nuestro pueblo no ha sido nada fácil para los que se han dedicado a pisar los callos del pie de los poderosos a través del humor. Solo por mencionar: Klim fue perseguido por gobiernos como el de Turbay y Jaime Garzón pagó con su vida el precio de ser “un obstáculo” por su pensamiento y manera de expresión.
Indignarse porque se escribe un texto de humor en contra de Antioquia, el Valle, Chocó o la región que sea es un síntoma de montañerada absoluta. Es tener el sistema del humor en pausa, obtuso o sin desarrollar. ¡Qué habría sido de Montecristo o la Nena Jiménez en estas épocas de hordas tuiteras de la doble moral! Pobres, no hubieran pasado del primer chiste sobre los pastusos o sobre los gays. Por cierto, el 80% del humor del gran Montecristo se sustentaba sobre la misma tierra paisa…
El caso es que no voy a entrar en una entraña tan oscura del debate uribista o antiuribista hacia Daniel Samper Ospina. No es necesario. En este país acaban con la honra de cualquiera desde tiempos de Panquiaco y Balboa. Acá, en medio de una charla al son de un tinto, tal por cual es ladrón, promiscuo y tacaño. Así que el hecho de que un expresidente de la República (dignidad que ya anda muy indigna) diga en menos de 140 caracteres que un periodista y humorista es violador de niños, pasa a ser “normal”. Y sí, la manada de borregos sigue el camino y ahí va nuestro tercermundismo de la mano. Un “líder” afirma y todos asienten esa afirmación. Pero no, jamás puede ser normal un acto de tal magnitud y gravedad y la justicia le dará curso a esa situación.
El humor de Daniel está sujeto al juicio del nivel de la carcajada o la seriedad que usted le ponga. Esa es la regla del juego del humor. A usted puede gustarle o no. A mí me gusta, y es válido que a veces algunos de sus chistes me resulten flojos, pero creo firmemente que una sociedad progresista necesita tipos como él.
Termino aclarando que no necesito defender a Daniel. Yo aplico la tesis opuesta al chisme feroz e impune, yo lo conocí, lo conozco y sé que es un buen hombre. Es así de fácil que se deben hacer las cosas en la vida para que la honra de las personas en Colombia tenga algo de validez y no penda de un hilo al son de un trino de un expresidente que desde ya está agitando la campaña electoral.