Opinión

El cartel de la bolsa

Adolfo Zableh Durán tiene su propia explicación de por qué nos están cobrando $20 por la bolsa plástica del mercado: no es por ayudar al medio ambiente, es por plata y punto.

Siempre me han llamado la atención esas sutilezas de primer mundo que tenemos en un país subdesarrollado como Colombia. El sueldo mínimo es una miseria, pero hay restaurantes con precios de los Campos Elíseos. Nuestras vías son del siglo XIX, pero contamos con concesionarios de Ferrari y Maserati. Los pocos que los manejan llegan en sus carros de setecientos millones de pesos a semáforos donde hay mendigos pidiendo plata. Todo muy raro.

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Algo similar pasa con el tema de empezar a cobrar las bolsas de plástico en supermercados, todo es muy raro. No creo que sea un tema ecológico, si quisieran acabar con el plástico que afecta a la naturaleza empezarían por no producirlas. Al cobrarlas ponen a circular más dinero, y nada más sucio, figurativa y literalmente hablando, que el dinero. Tiene que ver entonces más bien con lo monetario y la paz mental del consumidor. Poco a poco nos han ido quitando privilegios, vitales o no. Cada vez nos suben más la edad de jubilación y ya ninguna heladería regala vasos de agua, cuando antes era la regla. Igual con las bolsas, que se convirtió en un cartel como el de la droga, la salud y los útiles escolares. Amparados en lo ecológico, tanto el Gobierno como el supermercado se alivian de esa carga, obtienen ganancias y se la trasladan al consumidor, que por veinte pesos no va a decir que no le den una bolsa.

He leído que en otros lugares la medida ha servido para aminorar el impacto del plástico en el medio ambiente, el cual tarda siglos en biodegradarse, pero en muchos casos son lugares donde la vida está tan resuelta que la gente se puede dar el lujo de pensar en esos pequeños detalles que pueden hacer la diferencia. Acá tenemos tantos desplazados como Siria, tanta corrupción como México, pero queremos cobrar las bolsas como si esto fuera San Francisco, por mencionar una ciudad de avanzada. Es el mismo caso de la persona a la que le da por manejar un Ferrari por el caos de la Séptima.

Y también está lo de la paz mental del consumidor. La gente no quiere ayudar al ambiente, quiere sentirse segura, por eso prescinde de lo menos importante, la bolsa. Usted entra a un supermercado y todo está envuelto en plástico: las frutas y verduras, las golosinas, las bebidas, la carne, los elementos de aseo; hasta las bolsas de basura, que son de plástico, vienen envueltas en otra bolsa de plástico. Aun así, no se ven personas indignadas ni dejando de comprar esos productos. Indignación selectiva, hipocresía pura. Quizá estoy equivocado y soy un dinosaurio que cambio o desaparezco, el tiempo lo dirá. Por lo pronto me dará rabia pagar por algo que antes era gratis y quejarme es básicamente lo único que puedo hacer al respecto.

¿Quiere salvar al planeta? Bájele al consumo, deje de tener hijos, venda el carro, no tenga el clóset lleno de ropa, no cambie de computador y celular cada vez que sale un nuevo modelo. Bajarle a las bolsas ayuda, pero es insuficiente. Si de verdad quiere ayudar al cambio sálgase de su zona de confort con toda, no por el lado más fácil.

Además, ¿qué es eso de salvar al mundo? ¿Salvarlo de qué, o qué? ¿Quiénes nos creemos? ¿De verdad se creyeron la historia de que somos los reyes de la creación? Le hemos cascado a la naturaleza, pero no somos nadie, no somos nada. Estamos acá de paso y de una manera u otra vamos a desaparecer. No significamos nada para la Tierra, ni cosquillas le hacemos. Seguirá existiendo miles de años después de que nosotros nos hayamos ido. El mundo no necesita ser salvado, y menos por una especie que no ha aprendido ni a limpiarse el culo. 

Por: Adolfo Zableh Durán / @azableh

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