No sé si les ha pasado. Siempre todos tenemos un amigo deportista que se prepara a conciencia. Y uno no puede dejar de sentirse mal en ocasiones cuando, hablando cualquier cosa insustancial, aparece el tema de cuidarse. Ese amigo que todos tenemos empieza a contar que ya lleva un mes muy pilo, que se está esforzando y llevando su cuerpo a límites que no había encontrado antes porque, con gran dedicación, quiere mejorar sus tiempos en una 10K en la que compite hace cinco años: la consigna es que cada año debe mejorar su tiempo y así afinar su método de preparación.
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Yo a ellos los admiro porque se toman las cosas muy en serio, pero a veces no dejo de pensar que yo, a la hora de entablar esas charlas en grupos de amigos, suelo ser el que menos aporta en esos ítems de la discusión. En mi entorno diario, por ejemplo, uno ve que Antonio Casale llega pletórico a programa de radio luego de haberse roto el lomo en un court de tenis. Claro, en su club es de los que puntean en el ranking. El otro día llegó en bicicleta al programa y al vivir cerca, me propuso que nos fuéramos en caballito de acero algún día hasta RCN Radio. Yo, apenado, le dije que la última vez que había montado cicla había sido en una monareta de mi casa por allá en el 87. Entonces volteo la mirada y me encuentro con Jorge Balaguera, deportista consumado, preparándose para la 10K, la 20K, la 30K con extenuantes subidas de montaña sabatinas. Y entonces pienso que soy muy inútil de verdad.
Y veía a Clara Támara antes, haciendo TRX y pilates y corriendo toda suerte de competencias. Y a Nicolás Serna y a… a todos. Y a los que toman la bicicleta como un arte místico y se van a dar recorridos de 80 kilómetros por la sabana de Bogotá y rematan subiendo a Patios. Y uno ahí, sentado en el habitáculo del carro mirando los trancones y haciendo fuertes ejercicios de estiramiento de la pierna izquierda, que se duerme ante tanta presión del clutch en la carrera 30.
Me sentí muy acomplejado y hasta culpable por eso: porque los demás, a partir de la disciplina necesaria para lograr objetivos, encuentran en el deporte una manera de reconciliarse con ellos mismos. Yo me sentía inferior, pero desde hoy voy a cambiar mi vida y por la que derrocharé esfuerzos para, si no consigo ser el mejor, al menos acercarme dignamente a las leyendas.
En mi recurrente sedentarismo me encontré con el nombre de Joey Chestnut. Es el más duro de su especie. Lleva varios años rompiendo su propio récord, que consiste en ingerir la mayor cantidad de perros calientes en menos de 10 minutos. Su último intento resultó lo más de exitoso: engulló 72 como si fuera una boa atrapando en sus fauces a un inocente cervatillo.
Desde mañana comienzo mi entrenamiento: me iré a Dogger para comenzar con mi adaptación y demostrarles a ellos y a mí mismo que sí, que soy capaz. Que ese reto parece que no me va a quedar grande. Le preguntaré al director de este medio, Alejandro Pino, por si quiere acompañarme. Sé que él puede tener fortalezas en esta disciplina.