Parecía que el sueño se le había llevado las ansias de poder, porque no se trataba de capacidad individual ni de pocas ideas de su conductor. Fue un estado de modorra extraño que lo hizo parecer inferior. Y, en últimas, el engaño le salió bien. Porque Nacional es un justo campeón desde lo numérico: imposible refutar al equipo en este rubro, ya que nadie fue mejor que él a la hora de mirar el balance final.
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Pero ese instante de sueño lo agarró justamente en el remate del campeonato y eso lo convirtió, ya no en el club que en el torneo todos contra todos vencía sin mayores inconvenientes a sus rivales, sino en el grande al que se le refundió la brújula: el primer manifiesto fue en el clásico antioqueño, donde cometió muchos errores, de esos impensados para tipos muy experimentados en plazas bravas. Perdió 4-3 y, además de írsele su invicto casero, los tacos de la luz se le apagaron del todo. Nada salió esa noche épica de fútbol. Pensaron algunos que un pestañeo a veces también era permitido.
La siguiente parada del mapa los ubicó en Montería y, aunque ganaron con holgura 3-1 a Jaguares, la sensación era que el brillo del verde se había desvanecido. Fue un triunfo de las individualidades y de los fallos del contrario más que una lección de fútbol a favor de los antioqueños y eso se ratificó en el Atanasio Girardot, porque la niebla en el parabrisas parecía no desvanecerse: quedaron muy cerca del knock out cuando el celeste de Montería ratificó sus buenas maneras mientras salía de casa. Hoy parece impensado que Jaguares, un conjunto lleno de modestia y buenos deseos, se arrimara al milagro cuando se fue arriba 0-2 como visitante. Bastó un sopapo de un par de estrellas y el 3-2 puso el marcador en su lugar, pero no la sensación de que el fuego estaba apagado.
Ni hablar de la llave ante Millonarios sostenida tanto en Bogotá como en Medellín por el siempre efectivo Franco Armani y por un par de fallos arbitrales a su favor. La clasificación agónica, cuando ya todos empezaban a evaluar alternativas y nombres para definir los penales, no tapaba el mal momento: de nuevo el verde efectivo había estado a punto de caer de la cornisa.
La primera final llenó de signos de interrogación todo el ambiente: ¿Puede Nacional jugar tan mal? ¿Qué le pasó a un equipo que estaba jugando bien para que, de un instante a otro, no sea capaz de hacer frente al Cali? Lo dijo Reinaldo Rueda, más molesto que nunca: Nacional pudo comerse cuatro o cinco goles hoy.
Para fortuna de sus hinchas esa siesta temporal se acabó en la segunda final frente a Cali. Y resultó tan reluciente su victoria para colgarse la estrella 16 en el escudo que, con el fútbol que desplegó el domingo, llevó al olvido aquellas presentaciones opacas que hicieron imaginar un feo final de un proceso que les trajo Copa Libertadores, Recopa y otros logros.
Nacional nos engañó a todos. Se despertó en el momento justo.