Voy a hacer un punto de giro en este análisis antes de retomar el tema inicial. Voy a hablarles de Daniel Goleman. ¿Quién es Daniel Goleman? Es el brillante tipo que acuñó el término “inteligencia emocional”, tan resonado y aun así todavía muy poco puesto en práctica.
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Supongo que para algunas personas aún este término no les es familiar, y para muchas otras es un simple concepto cliché más que sale del mágico mundo de la academia. Mundo que, aunque indescifrable para tantas personas, es indispensable para toda construcción social.
Básicamente este término trata de llevarnos a entender que la sociedad busca una construcción de nuevos conceptos estructurales sobre la inteligencia, sobre la libertad y sobre el sentido real de la existencia, en todos los aspectos: tanto intelectuales y psicosociales, como políticos y económicos.
En esta sociedad de vanguardia y postmodernista, la mayoría de personas aún piensa que la inteligencia académica es sinónimo de inteligencia para la vida y esto – con base en las investigaciones de Goleman y muchas otras personas después de él – resulta ser falso. Existe un conjunto de habilidades sociales-emocionales que debemos pulir, dominar y utilizar para alcanzar las sensaciones de logro, felicidad y plenitud con las que asociamos “el éxito”.
Por lo tanto, la inteligencia académica NO está relacionada con ser inteligente en la vida y tomar las mejores decisiones. Es así de simple. Y con esto nadie está demeritando el valor de la academia y el conocimiento, sólo se está ubicando los saberes intelectuales donde deben estar.
¿Dónde? Pues en el lugar de la caja de herramientas para la vida. Goleman y otras personas han comprobado el punto de que la inteligencia académica es una herramienta más para la vida. No la única herramienta.
Siendo también muy honesta, sé perfectamente que la inteligencia académica no es valor de poca monta y tampoco da súper poderes. Simplemente es una herramienta de las muchas que debemos tener en nuestra caja de recursos personales. La vida es mucho menos difícil cuando tenemos la herramienta intelectual precisa para cada escenario. Afirmar que no es valioso el poder intelectual es insensato: “Ningún saber garantiza que llegues al éxito como ninguna ignorancia garantiza tu absoluto fracaso”. Es lo que me hubiera gustado que alguien me explicara cuando me sentía bruta y anormal por no ser capaz de escribir correctamente ni entender muy bien lo que leía, ni retener mucho tiempo una información útil, o por ser incapaz de memorizar algo y, peor aún, lograr memorizar con mucho esfuerzo y sufrir porque en poco tiempo lo olvidaba.
La mejor ilustración sobre la dislexia social que he leído:
Es la carencia que tienes para darte cuenta cuando estás siendo un fastidio para los demás. Por ejemplo cuando alguien te dice lo tarde que ya es, que mañana hay que levantarse temprano para ir a trabajar y tú sigues hable y hable y hable e insistes en que siga la farra valiéndote un carajo cómo se sientan las demás personas: porque al fin y al cabo tú la estás pasando de maravilla.
Otro ejemplo, según entendí, sería cuando una mujer reconoce que estaba feliz coqueteándole por juego pero, no quiere terminar follando y el tipo insiste e insiste en follar y cuando ella le explica que no, él La viola y la culpa por coqueta. Entonces la sociedad respalda al tipo diciendo “vimos cómo ella le caía”, responsabilizándola.
No obstante, si un tipo coquetea y la mujer es quien quiere ir más allá y ella es la que insiste, cuando él no quiere, si ella llegase a emborracharlo o, peor aún, a drogarlo para obtener su sexo, la sociedad no diría que el hombre se lo buscó porque bien lo vieron coqueteando a esa mujer. La mujer no caería en tentación, la mujer no sería débil. Ella sería una maldita abusadora.
Sea cual sea el escenario. La dislexia social lleva a ver que la mujer es la responsable de todo lo MALO que le sucede.
Y dejo bien claro que estoy en contra del acoso y abuso sexual, venga de quien venga y trátese de quien se trate por las razones que sea.
Ejemplifiqué con la realidad, no porque aplauda a las mujeres que emborrachan a los hombres que les gustan para tener sexo con ellos. Rechazo ese acto del mismo modo que cuando un hombre decide tener sexo con una amiga ebria.
La antropóloga en formación y lingüista Olga Lucia Molano, una de las profesionales del centro interdisciplinario de pensamiento y acción con perspectiva de género IUS_GEN de Feminismo Artesanal, lo explica de esta manera:
Síntomas de dislexia social: dificultad de leer e interpretar la realidad social.
Y a partir de esta divertida ilustración surgieron muchas reflexiones sobre lo que la inconsciente e imperceptible dislexia social interpreta de la existencia de las mujeres. Reflexiones las cuales no tocaré en este artículo para no hacerme demasiado extensa. Sé que quienes me leen son bastante inteligentes para pensar en cientos de ejemplos al respecto.
La dislexia y la disgrafía me acompañarán toda mi vida. En el trasegar de ella he contado apoyo de gente maravillosa, profesionales que voluntariamente me respaldaron en su momento y, debo decirlo, sin ánimo de lucro gastaron horas de su vida ayudándome a enfrentarlo y asumirlo.
Ser terca y ambiciosa me llevó a buscar día tras día el camino. Siempre supe que quería escribir, entre muchas otras cosas que quería hacer en mi vida y que requerían de mi atención, de mi memoria y de mi capacidad intelectual. No he logrado entrar a la academia como alumna, aún así mi resiliencia ha logrado que en diferentes escenarios académicos quieran escucharme hablar. Y no solo de mi resistencia feminista, sino en diversos temas de interés social y humano.
La disgrafía y dislexia no me han jodido la vida, no me han sumergido en la derrota. Todo lo contrario. La mujer que hoy soy le debe mucho a esa “discapacidad” que nunca podré entender, porque se conoce como discapacidad la capacidad de leer y entender las letras, el pensamiento, los textos, las palabras y la vida de modo diferente. Lo que sí te retrasa y jode la existencia es la dislexia social.
Todas las personas hemos sufrido de dislexia social y es algo que toma tiempo dejar de padecerlo. Y, hay que decirlo, muchas personas nunca van a dejar de estar afectadas por este mal (¿o dejaremos?). He llegado a pensar que la dislexia social es un rasgo de la humanidad, uno de sus tantos rasgos tan naturales como despreciables.
Esta afectación nos lleva a carecer de la capacidad de percibir en tiempo real el impacto de las cosas que pedimos, hacemos, decimos, ordenamos o comentamos. No logramos medir el impacto emocional de las salidas de nuestro sistema personal. Mi teoría es que todas las personas padecemos en mayor o menor grado dislexia social, y que si no decidimos vencer ese rasgo de nuestra humanidad no lograremos sociedades consideradas y compasivas y no tendremos nunca ni paz interior ni paz mundial.
No saben (¿o no sabemos? Lo que sea) que tenemos un problema. Y es que es fácil confundir esa dislexia social con ser personas “bien honestas todo el tiempo y decir las cosas que estamos pensando”. Yo he tenido que trabajar muy duro en mi dislexia y la dislexia social me ha dado más trabajo que la otra.
Aprender a discernir cuándo no es el momento de decir lo que siento y pienso, y entender que eso no me convierte en hipócrita o falsa. Callar por compasión o conveniencia social algunas verdades crudas, sin sentirme deshonesta sino todo lo contrario: sentir que estoy aliviando un poco. Con lágrimas en los ojos he entendido que mi cruda sinceridad me cierra puertas importantes en mi vida. Entendiendo que la dislexia social reduce mi número de amistades sólidas y auténticas, me corta oportunidades e impide que florezcan mis proyectos. He comprendido que debo agudizar mi discernimiento, que no soy hipócrita si no digo todo lo que pienso tal cual como lo pienso, que no me falta integridad cuando callo porque no es el momento de expresarme. No dejaré de hablar con acritud, este es mi sello personal. No dejaré de ser castiza, no dejaré mi sabor y olor a calle. No puedo. Eso sería pretender borrarle las rayas al tigre. Lo que sí puedo es aprender a tener más cuidado al elegir el momento de hacerlo.
Estamos en un planeta de disléxicos sociales, esa es mi teoría, y la respalda la realidad mundial de esta humanidad a la que cada vez comprendo menos; a la que poco tolero más allá del trabajo de interés humanitario, porque me cuesta demasiado llevarlos al plano íntimo de mi existencia, ya que entre más me acerco más me veo y más me incomoda mi naturaleza.
Yo he comprendido que con excelentes calificaciones se tienen buenas oportunidades de trabajo. Con inteligencia académica e inteligencia emocional tienes excelentes oportunidades en muchos aspectos de la vida. Y aun así, sin importar cuán inteligente seamos intelectualmente y emocionalmente, con dislexia social estamos realmente sin futuro como especie. El combate diario en mi cabeza contra el nihilismo y la misantropía propia me llevan por supervivencia a creer, a seguir aquí, a dar. Por eso es que comparto con devoción todas mis reflexiones esperando que sirvan para transformaciones auténticas desde el feminismo por y para la humanidad.