Hace tres semanas inició en Cataluña una emotiva movilización para salvar del matadero a ‘la vaca Margarita’, conocida entre sus querientes como ‘Margarita la Dulce’: una vaca del común que desde hace cuatro años pastaba en las tierras de Tortosa, donde conquistó a la gente del pueblo con el carácter que hoy la apoda. Su cuidador jamás la registró como “ganado bovino”, simplemente le permitió ‘ser’ y ‘estar’, sin papeleo.
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Sin embargo, a los ojos del derecho esta falta de registro se traduce en una sentencia de muerte. Según una directiva de la Unión Europea todo bovino debe ser identificado como “ganado”, so pena de ser sacrificado por control sanitario. Dado que a los ojos de esta misma ortodoxia una vaca no puede ser considerada “animal de compañía”, tal como estiman a Margarita sus amigos de Tortosa, la orden del Departamento de Agricultura fue “destruirla”, en términos de la notificación.
Confieso que al principio el revuelo por Margarita me inquietó. ¿Por qué tanta alharaca por una vaca cuando España mata anualmente 2.376.882 para consumo? ¿Cuántos de los que exigen mantenerla con vida serán vegetarianos o, al menos, habrán caído en cuenta de que es una vaca como la que tienen en sus refrigeradores? Luego, sin embargo, entendí que lo que había en el reclamo era más profundo y que salvar a Margarita de una muerte gratuita y horrenda merecía todo nuestro esfuerzo.
Lo que los amigos de Margarita y de la causa reclaman es compasión por la vida de alguien a quien conocen, le atribuyen estados de ánimo, saben capaz de sentir y llaman por su nombre. Alguien a quien “no ‘nos’ van a tocar”, como advierte la mujer que ha alimentado a Margarita estos años, cuyo argumento de defensa es que ella no es “ganado” sino “compañía”, como si el mero cambio de categoría le diera derecho a vivir.
Y en el fondo, es así. El derecho ha compartimentado a tal punto la vida, exclusivamente para satisfacción humana, que ha fragmentado a los animales en categorías con las cuales marca el destino de cada individuo desde antes de nacer. El tratamiento jurídico jamás será el mismo para los animales “de compañía”, “de consumo”, “de trabajo”, “de entretenimiento”, “de experimentación”, “de conservación”, etcétera, incluso aunque pertenezcan a la misma especie. Todo depende de nuestro interés en su aprovechamiento y explotación.
Por eso, creo que la causa de Margarita reivindica dos asuntos profundamente importantes. Por una parte, nuestra capacidad de empatizar con quien miramos a los ojos, nombramos y reconocemos como ‘ser-vivo-sintiente’, a pesar de las categorías. El reto está en comprender que todas las vacas son Margarita y que los 62.328.720 animales sacrificados anualmente en España para consumo humano, entre bovinos, ovinos, caprinos, porcinos, equinos, aves y conejos, también podrían llevar este nombre.
Por otra, el cambio del derecho, su urgente renovación y acompasamiento con estos destellos de humanidad que, aunque escasos y esporádicos, resplandecen por la fuerza y austeridad de sus argumentos y capacidad de movilización.
Hoy Margarita sigue “desclasificada”. Entretanto, disfruta del amor que le brindan en el santuario El Hogar ProVegan, aunque la Generalitat no reconozca la legalidad de esta cesión. En cambio, guarda silencio administrativo: el de no saber qué decir ni cómo responder al apabullante reclamo de compasión.