Mi vecina, la de los tacones

¿Ha tenido una vecina que usa tacones a las 5 am? Andrés ‘Pote’ Ríos sí: “Ya son las 5 y 15 de la mañana y el “tac-tac-tac-tac” no deja de retumbar en el piso, en mi cabeza, en mis ojos, en mis oídos, en mi imaginación”.

Vivo en el segundo piso y ella en el tercero. Ya tengo clara su agenda. A las cinco en punto de la mañana suena su despertador, no lo deja repicar mucho, seguramente ya su reloj biológico le gana al digital. De inmediato salta de su cama, no es de esas que lo piensa, que hace roña o que le pide al duro destino que le dé diez minutos más de sueño. No, ella de inmediato se va a la ducha. Oigo cuando sale el agua y tengo muy claro que no se demora más de cinco minutos bajo el chorro. Me queda imposible inferir si se baña con agua caliente o fría, yo, desde mi cama, miro la pared blanca que tengo encima y solo pienso en ella. Ella se roba mis primeros pensamientos del día.

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Luego de esa ducha, de ese baño como los que recomendaba Mockus en épocas de racionamiento, empieza el concierto. No sé a ciencia cierta qué ocurre. No sé si no tiene chanclas o pantuflas para salir del baño e iniciar el proceso de arreglarse, vestirse y/o maquillarse. El punto es que de forma inmediata suenan los tacones. Sí, me la imagino desnuda en tacones revoloteando por su habitación. Oigo que va de un lado a otro. Vive sola, mis cinco sentidos me dicen que solo una persona arma el concierto.

Ya son las 5 y 15 de la mañana y el “tac-tac-tac-tac” no deja de retumbar en el piso, en mi cabeza, en mis ojos, en mis oídos, en mi imaginación. Pienso que se pone los calzones y está con sus tacones, pienso que siente el olor de su café que está que reboza la cafetera y debe acelerar el paso hacia la cocina para apagar el fuego. Pienso, mejor, siento, que regresa a su habitación, que literalmente está sobre la mía, y mueve un mueble, pienso que sus tacones le dan más fuerza, son su poder de “Mujer Maravilla”, su “kwan”. Pienso y reflexiono que sin sus tacones, los que usa desde que sale de la ducha, no tendría esa energía para arreglarse de forma rápida, no podría iniciar sus días.

5 y 30 de la mañana. Izquierda, derecha, “tac-tac”, ni un caballo de paso fino logra tanta perfección en sus casquetes. La del tercer piso logra una asimetría total. La imagino ya vestida, desayunando mientras revisa su celular, mete cosas al bolso y sigue taconeando.

Todo termina a las 6 en punto. Ahí siento que cierra su puerta y sus tacones en estéreo bajan las 15 escaleras que van del piso tres al dos. Está cerca de mí, nos separa esta vez no una pared que está encima, nos separa una lateral. No sale del edificio, directamente va al parqueadero y el “tac-tac-tac” desaparece. Hay silencio.

Pasa el día y ella vuelve a mi vida al filo de las 9 y 50 de la noche. Curiosamente no suenan sus tacones. Creo que llega a su hogar y se desprende de ellos desde que se baja del carro en el parqueadero. Pienso que llega hastiada, cansada, no hay lugar para un taconeo tipo Diego el Cigala y su flamenco. Vuelve el sonido de la ducha, ya no son 5 minutos sino 10. Pienso que se relaja. Todos los días hace lo mismo y luego, supongo, duerme con profundidad.

Creo haberla visto solo una vez cuando abrí mi puerta y ella subía. Saludó de forma cordial, es una cuarentona que no es fea, viste bien, tenía los brazos ocupados por carpetas y papeles, debe ser una ejecutiva llena de trabajo.

Unos tienen vecinos que ponen vallenatos sin cesar, otros tienen vecinos que alegan todo el tiempo, otros tienen de vecino a un bebé que no para de llorar, otros son los vecinos sexuales que copulan con gritos que dejan sordo y despiertan envidia. Yo tengo a la dama de los tacones, la pienso y escribo sobre ella. Acaba de irse, hay silencio.

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