Hoy en día tenemos a nuestra disposición tanta información, recursos y formas de conectarnos que se nos ha olvidado inclusive la razón de ser de todo eso, y en vez de usar todos esos recursos como herramientas para nuestro beneficio, dejamos que el tiempo se nos escape entre las manos, mientas nos conformamos con ser espectadores pasivos ante la avalancha de información que nos aturde a través de las redes sociales y los diferentes canales de comunicación día tras día.
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¿En que momento empezamos a perder la noción de nuestras vidas para digitalizarla? Sí, es cierto, en gran parte nos ayuda a tener una vida más práctica y sencilla, pero hemos venido cediendo terreno para olvidar cosas fundamentales, como el valor de una mirada, del contacto cara a cara para iluminarnos con la sonrisa del otro y no con la luz de una pantalla, o grabar los recuerdos en nuestra mente y con nuestras emociones, y no solo a través de una selfie.
Estamos más conectados, más cerca, pero a la vez más lejos. Muchas veces estamos tan cerca (físicamente) de quienes amamos, pero tan lejos que ni nos hablamos o miramos. Eso sí, hemos desarrollado una maravillosa habilidad para manejar cuanto dispositivo aparece en el mercado, y con ello tratamos de convencernos de que ganamos en eficiencia, pero no nos fijamos que realmente nos estamos desconectando de nuestra conciencia. Y no me refiero por consciencia a esa que gracias a las creencias que cargamos pretende darnos el derecho de etiquetar y juzgar cada cosa, situación o persona, me refiero a la conciencia que nos permite entender que nuestra vida es tan solo el aquí y el ahora.
No solo estamos perdiendo la oportunidad de aprovechar al máximo lo que vivimos por estar distraídos, estamos perdiendo la habilidad para hacerlo, y peor aún, estamos perdiendo ese breve tiempo que se nos ha dado para vivir. Si el tiempo no existiera, tal vez nada de eso importaría, pero solo eso tenemos en realidad: tiempo. Es el activo más precioso que todos (sin excepción) tenemos, y la manera en la que lo usamos es lo que realmente puede marcar la diferencia.
Y no se trata de aislarnos de los avances de la tecnología, volvernos ermitaños o negarnos y rechazar cualquier avance para verlo como si fuese perverso; se trata precisamente de aprovechar esas herramientas y darles un uso racional, permitiendo que estén a nuestro servicio y no que seamos nosotros los que dependamos de ellas a tal punto de convertirnos en entes autómatas.
Así como aprovechamos cada instante que tenemos para revisar nuestras redes sociales, compartir cadenas de mensajes inútiles, o expresar nuestra indignación y malestar por lo que nos rodea, también podemos tomar algunos de esos instantes para disfrutar de lo que vivimos, compartir en vivo y en directo con quienes nos cruzamos en el día y volver a esa buena costumbre de comunicarnos sin emoticones o dispositivos como intermediarios.
Podemos sacar provecho de los avances que tenemos a nuestra disposición, pero no podemos permitirnos perder lo que somos simplemente para huir de la realidad que nosotros mismos nos hemos encargado de construir.