Era ver Twitter en la última etapa de Nairo Quintana en el Giro. Una etapa que se sabía era dura para el boyacense y que iba a favorecer a Dumoulin porque la contrarreloj es de esos mundos que se le complican al nuestro a veces. Y aún así hizo una estupenda crono, pero enfrentó al holandés que estuvo impecable y que pudo cambiar un panorama que se le estaba embolatando luego de sus problemas de salud.
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Cuando los segundos jugaban en contra de Nairo a pesar de su buen ritmo, empezaron esos de siempre: los flamantes inconformes, los que hablan desde la comodidad de su celular, los que no entienden que su sabiduría está basada en el análisis pandito, como piscina infantil, porque creen que la profundidad está cimentada en ser destructivos con el que gana -porque no le encuentran mérito- y con el que pierde -porque, según estos “teguas” del conocimiento universal, el destinado a vencer hizo todos los esfuerzos posibles para dejar servido en bandeja de plata el triunfo que tal vez no era capaz de asumir-.
Fue leer idioteces juntas durante 10 minutos de los de siempre. Aquellos que con su concepto muestran un poco su propia identidad resentida -y de paso, su propia mediocridad- en 140 caracteres. Lo que más se leía en algunas cuentas era que Quintana era un fracaso; que era un “boyaco” perdedor; que era increíble que un ciclista hubiera perdido frente a un tipo que tuvo diarrea y que le regaló casi 3 minutos… y así igual argumentan de política, de economía, de todo.
Era el momento de gloria de esos nefastos panditos de mente que pasan inadvertidos en una fila, que se ven opacos en la vida real, que son sumisos y asustados pero que se sienten Tarzán en medio del anonimato. Y digo que son Tarzán, en realidad, porque son reyes de los monos. Son los orangutanes mayores, si me disculpan por supuesto los orangutanes.
Uno puede entender la rabia que significa perder, claro. La impotencia que resume el sentirse desplazado del primer lugar. Obvio: nadie quería ver a Nairo de segundo. Algunos que cometen esos excesos se disculpan en la figura del hincha: en la pasión, porque no solamente ocurre en el ciclismo sino en cualquier deporte.
Y después algunos siguieron: que Nairo siempre ponía excusas, que siempre decía que estaba enfermo para justificar sus fracasos.
Esos, los infelices de siempre, creen que todos tienen un deber con ellos y no. La verdad es que no. Ni Quintana, ni Falcao, ni James, ni ninguno de esos tipos que, además de lidiar con sus propias cosas, les toca lidiar además con todos los desconocidos que se sienten inconformes. No somos máquinas, dijo Quintana, al final del Giro que lo dejó segundo. ¡Segundo! ¿Muy chimbo ser segundo, acaso?
Por eso siempre creo fielmente que la mejor declaración hecha por un deportista fue la de Juan Pablo Montoya, en una muy buena entrevista que le hizo en la revista Bocas a Mauricio Silva. Dijo el hombre que quedó sexto en Indianápolis: “yo nunca he corrido por nadie. Mire, uno no puede hacer esto por otras personas.
Si usted quiere ser bueno en esto, lo tiene que hacer por usted y nadie más. Si de paso puede llevar en alto el nombre colombiano, pues del putas”.