La valiente

Andrés “Pote” Rios nos cuenta una experiencia sobre cómo el amor puede ser una herramienta para luchar contra una dura enfermedad. Un homenaje a la mujer más valiente que ha conocido en su vida.

 

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Decían mis abuelas que la salud es el tesoro máximo que da la vida. La salud lo da todo, fuerza, vitalidad, ánimo y todas las herramientas necesarias para luchar en la carrera de la vida. Una mujer, desde hace un año y medio, me ha dado lecciones maravillosas sobre lo que es la valentía, sobre lo que es luchar contra una enfermedad para ser feliz.

“Tengo una condición, tengo esclerosis múltiple”, me dijo en nuestra primera cita, el día en que la conocí. Recuerdo que no reaccioné con alarma. Yo, la verdad, estaba absolutamente hipnotizado por sus ojos color miel, la perfección de los ángulos de su cara y un pelo espectacular. Ella me robó el corazón desde el momento del primer “hola”. Y así pasaron los días y me enamoré de ella. Su enfermedad era algo que flotaba y flotó siempre en medio de la relación, pero debo confesar que si no me hubiera contado sobre ella, la situación pudo haber pasado desapercibida.

En medio de la magia del enamoramiento, del disfrute de nuestros días, decidí no caer en el pánico de sumergirme en Google para averiguar por esa enfermedad. Entendí desde el principio que la discreción de esta mujer frente a su condición era una premisa (muy seguramente se disgustará por estas letras, pero es un homenaje que merece con creces) y entendí que debía ir al ritmo que ella misma decidiera en cuanto al tema.

Obviamente busqué sin apasionamientos información, entendí que es una enfermedad autoinmunitaria que afecta el cerebro y la médula espinal (sistema nervioso central). Que en Colombia afecta a unas dos mil personas. Que está catalogada como enfermedad “rara” y que en los últimos meses ha tenido una exposición mediática porque la presentadora Linda Palma (otra luchadora incansable) la padece y la lidia. Porque el meollo de este asunto es que no mata, sino que poco a poco desgasta. Es una enfermedad sin cura en la que los tratamientos y medicamentos que existen se diseñan para tratar de darle una mejor calidad de vida al paciente.

Con el paso de los meses, era obvio que la enfermedad se habría de hacer presente en nuestra relación. Pero ella, siempre altiva, trató siempre de minimizar la situación. En cambio yo, como buen cobarde, era el que me preocupaba en extremo. Y digo cobarde porque realmente no sabía qué hacer y cómo actuar cuando la veía mal. Asumí la posición de jugarme el todo por el todo. Blindarme con un escudo forjado en el amor para acompañarla a ella en esa lucha, ser su apoyo, su bastón, su bastión, su compañía, su desahogo, su desfogue, su todo…

Y ahí estuve. Y vi cómo, con una valentía de la que nunca había sido testigo antes, ella resistía y luchaba. Nunca se quejó, sino que siempre me informó, que es distinto. En los días buenos, que fueron mayoría, una vitalidad impresionante se apoderaba de ella. Se llenaba de ganas de tragarse el mundo, de caminar, de vivir, de compartir, de amar. Con una inteligencia que siempre admiraré, manejaba un humor negro genial. En su trabajo, arduo y complicado, rindió y no agachó jamás la cabeza.

Hoy, ella está ad portas de recibir un nuevo tratamiento, algo que muy seguramente ayudará a mermar los fuertes dolores que la acompañan por días y servirá para aumentar la “pila” de su vitalidad. Le quitará, ojalá, el hormigueo y la sensación de quemazón que le tortura el cuerpo con frecuencia. En sí, le dará una mejor calidad de vida y le permitirá vivir con las ganas inconmensurables que tiene para cumplir con los muchos proyectos que merece con creces.

Yo ya no estoy a su lado. La vida tiene rumbos extraños por más que el amor trate de enderezarlos. Con la gratitud eterna por haber vivido momentos maravillosos, le deseo con mi alma y corazón que todo mejore. Ella me enseñó lo que es la valentía y el carácter para mantener fuerte el alma ante la adversidad. Me enseñó a no quejarme por pequeñeces. Me enseñó que se puede mantener una lucha de tú a tú contra una enfermedad y seguir dando golpes por más que la lona esté ahí. Me enseñó a admirarla, a amarla. Es una valiente y lo será siempre.

Por: Andrés ‘Pote’ Ríos / Twitter: @poterios

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