Pefeto-esselente

¿Qué sería de la vida del hombre que vive solo sin el respaldo, la ayuda y la complicidad de la empleada del servicio doméstico? ‘El Pote’ Ríos aprovecha para hacerle un homenaje a doña Margarita, quien trabaja en su casa, y a todas las que nos salvan la vida.

Llegó en septiembre de 2012. Como hombre que vive solo, estaba completamente desesperado. Varias habían pasado por mi vida y ninguna daba la talla. Incluso un día salí al trabajo y la del momento me despidió con una sonrisa que me hizo pensar que todo quedaba en buenas manos; pero olvidé algo y al regresar encontré a la de la sonrisa bañándose a placeres en mi ducha. Esta misma novela la han vivido millones de colombianos, pero gracias a Dios encontré a doña Margarita, la señora que hoy me ayuda con las labores de aseo en mi casa.

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No mide más de 1,54 m, toda la vida ha vivido en el municipio de Guarne, oriente antioqueño, y no tiene ningún problema en tomar uno o dos transportes para llegar al destino de su trabajo. Su bolso a veces luce más grande que ella. Tiene el pelo corto, crespo, no se le mueve, pero sí se le mueven dos ojos inmensos. Es separada, tiene una hija, una nieta y perdió a un hijo. Su mirada siempre es de vitalidad. Nunca, en estos casi cinco años, he visto a doña Margarita quejarse por algo. Eso sí, es una mujer altiva que vive pendiente de sus derechos y con decencia los hace valer si es necesario.

Ella se ha acomodado a mí y yo a ella. Su trabajo es bueno, con fallas y virtudes. Abre la puerta y siempre saluda con alegría y grita, literalmente grita. Su tono de voz penetra al más metalero de los tímpanos. Y luego, cuando le riposto y le pregunto: “¿Cómo está, doña Margarita?”, ella de manera contundente contesta: “¡Pefeto, esselente!”.

Repito: “Pefetooo, esselenteee”. Es una maravilla. Más allá de la dicción tipo Néider Morantes (comparten tamaño también), esa respuesta refleja lo que es ella: es perfecta en alegría, excelente persona.

Hace unos 20 años la profesión de “ama de llaves” o, como en plata blanca se le decía: “muchacha de servicio” o “empleada del servicio doméstico”, era algo que se asemejaba a la esclavitud que vivió Kunta Kinte en Raíces. Mal sueldo, mal trato, control de comportamiento, fiscalización de alimento y un ‘por favor’ que escaseaba en el lenguaje a la hora del trabajo. Muchas veces eran menores de edad que traían del campo o de pueblos lejanos y otras veces eran señoras de edad a las que les costaba agacharse. De igual manera, por el lado del gremio no se ayudaban: había ladronas, acosadoras, malas empleadas y hasta brujas.

No niego que aún se ven casos muy graves, pero es claro que existe desde el Estado un amparo en la normatividad para hacer de este trabajo algo más profesional, digno y serio. La situación ha evolucionado y hay justicia. Eso ha contribuido a la seguridad de ambas partes.

Pero volvamos al personaje de esta historia. Ella, como les ha pasado a muchas familias cuando una señora dura muchos años en su hogar, se vuelve un apéndice más del núcleo familiar. En mi caso, que vivo solo, doña Margarita me conoce más que una tomografía ósea: sabe mis ‘gadejos’, mis taras, mis gustos, me ha acompañado en la enfermedad y en la suma alegría, me ha visto padecer temporadas de desempleo y momentos de éxito. Limpia con amor y sumo cuidado cada uno de mis muñecos de Star Wars y con cariño dice: “Hoy limpio a los muchachos”. Ella tiene el amor de mi hija y la mima cada vez que viene a visitarme; mi mamá, mi papá, mi hermano, todos tienen que ver de forma positiva con ella y, mínimo, han recibido un jugo y una sonrisa de su parte.

No deja de haber una relación laboral, es cierto, pero ni en mis peores crisis le fallo a doña Margarita y ella no me ha fallado. Se ríe de todo lo que le digo e, incluso, es un buen termómetro a la hora de la aprobación de una novia.

Es algo bello lo que se forma con una persona que te acompaña una vez por semana en las labores de aseo. La cosa va más allá, hay humanidad pura, hay amistad, cariño, respeto y lealtad. Espero que doña Margarita me acompañe por muchos años más. Extrañaría mucho no volver a oír el potente: “¡Pefeto-esselente!”

Por: Andrés ‘Pote’ Ríos / Twitter: @poterios

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