La semana pasada celebramos que se hundiera el referendo con el que la senadora Viviane Morales pretendía prohibir la adopción de niños y niñas a personas solteras y parejas del mismo sexo. En otras palabras, violar el derecho de los niños a tener una familia y, de paso, discriminar a las personas homoafectivas, solteras, viudas y divorciadas. En fin, imponernos un estereotipo bíblico de familia que nada tiene que ver con la realidad de Colombia, donde solo el 40% de los hogares está conformado por un hombre y una mujer.
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En la práctica, el triunfo de este referendo inconstitucional habría implicado reducir al mínimo las posibilidades de adopción de 13.280 niños y niñas. Si tenemos en cuenta que en los últimos 11 años solo 513 han sido adoptados (poco menos del 4%) y que casi 4000 de los que aún permanecen bajo custodia del Estado son adolescentes o tienen alguna condición de discapacidad, el lastre de esta consulta habría sido aún más nefasto.
Me aterra imaginar lo que pasaría si prejuicios discriminatorios semejantes o de otro tipo, que también rondan las toldas del animalismo, se impusieran a los procesos de adopción de perros y gatos rescatados. Particularmente, si se les negara la posibilidad de adoptar a personas de estratos económicos bajos, que vivieran en determinados sectores, tuvieran ciertos oficios o simplemente no suscribieran la promesa de invertir mensualmente una caprichosa cantidad de dinero en el nuevo (potencial) miembro de la familia.
La consecuencia sería negarles a miles de perros y gatos la posibilidad (ojalá un día el derecho) de contar con un hogar. No solo a los que aguardan, pacientemente, en refugios o casas de acogida, haciéndose mayores y en ocasiones cediendo a la tristeza, sino a los cientos de miles desamparados que día tras día esperan un cupo en un albergue u hogar de paso.
Si la adopción ya es difícil por los antojadizos y agringados estándares estéticos que desprecian a los perros y gatos negros, adultos y de talla grande, que son la inmensa mayoría, sin contar a los cientos que tienen alguna discapacidad o portan en su carácter cicatrices del maltrato, el daño que les causaría a los animales estrechar la compuerta de la adopción sería incalculable.
Por supuesto, para un asunto tan delicado como la adopción deben ser rigurosos los criterios de selección; sin embargo, poner barreras de entrada, injustas y prejuiciosas, no iría sino en desmedro de los intereses de quienes deben ser protegidos. Honestamente, espero que los temas animalistas nunca hagan parte de las preocupaciones de la senadora Morales.
La adopción es un acto de amor e inteligencia al que tendríamos que abrirle todas las puertas. El criterio de selectividad que debería primar es que el potencial adoptante fuera una persona decente y autónoma, capaz de respetar la mismidad de aquel cuya protección y cuidado asumiera, audaz para responder con asertividad a las dificultades y generosa para permitirle al nuevo hijo alojarse confortablemente en sus rutinas.
Una niña adoptada que llegara a mi vida sería acogida por una familia conformada por mamá, abuelos, cuatro gatos, dos perros y amigos entrañables. La familia multiespecie es una más que se suma al espectro de familias diversas. También con infinito amor para dar.