Opinión

El poder de la recocha

No sé si se ha enterado, pero en Bogotá hay ahora una cosa llamada ‘El poder del cono’, actividad en la que unas personas disfrazadas de conos anaranjados gigantes van por las calles buscando carros mal parqueados. Una vez encuentran uno, gritan por un megáfono la placa del vehículo para que el conductor salga y lo mueva. Hasta ahí todo bien, esfuerzos como este nunca sobran en una ciudad que durante 2016 expidió casi doscientas mil multas a carros mal parqueados, la infracción de tránsito más frecuente que se comete en la capital.

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Todo ocurre en medio de un ambiente festivo donde los conos saltan, gritan, rodean el carro, maman gallo y luego de forma amigable hacen caer en cuenta de su error al dueño, que con risita apenada se monta y arranca. El cuadro lo completan vecinos y peatones que miran, comentan, toman fotos y hacen videos. La campaña es claramente educativa y maneja un tono jocoso, al punto de que la primera vez que supe de ella fue por una foto en la que el alcalde Peñalosa hacía una reunión en una sala de juntas con los conos. ¿Ridícula la foto? Es probable. Así se haya querido mostrar toda la campaña como algo chistoso pero en serio, en estos tiempos de polarización cualquier acción que se preste para montársela a alguien, con toda seguridad será usada con tal fin. Y a Peñalosa, como a Petro en su día, se la tienen adentro.

‘El poder del cono’ empezó el pasado mes de abril y se extenderá durante seis meses, pero yo no sé si vaya a alcanzar. No solo porque medio año no parece suficiente para ponerle fin al mayor vicio del conductor bogotano, sino porque parece que carece de seguimiento. ‘El poder del cono’ dura exactamente el tiempo que el cono hace el escándalo, porque un rato después los carros (muchas veces camionetas Toyota, disculpen la encasillada) vuelven a aparecer para acomodarse en las mismas calles angostas de siempre, justo al lado de los letreros de prohibido parquear. Al parecer a ‘El poder del cono’ le faltan controles más rigurosos porque el show, si no viene acompañado de un castigo, de poco sirve.  

El verdadero poder del cono es más bien otro y se ve en la foto que acompaña esta columna. En la G, a pocas cuadras donde la campaña empezó, se puede ver esta calle que los fines de semana es tomada por conos no humanos y de un tamaño más modesto. Son los conos del valet parking que se toman la mitad de una vía de apenas dos carriles para que los comensales de los restaurantes de la cuadra puedan dejar el carro sin la necesidad de ir hasta el parqueadero más cercano, una experiencia tan desagradable, traumática y peligrosa, que es mejor dejársela a un tercero así en ocasiones se arme trancón. Y eso que en la G el tema no es grave, en la Zona Rosa y Usaquén se arman congestiones monumentales por cuenta de este servicio. Llámenme radical, pero quien no es capaz de hacerse cargo de su carro no debería tener uno.

Podré pecar de nostálgico también, incluso de folclórico, pero para campañas cívicas ‘El festival del hueco’, del desaparecido programa de televisión No me lo cambie. Allí, todos los domingos Don Jediondo y los payasos Cornetín y Arnoldín tapaban huecos (o se hacían) acompañados por un grupo musical, al tiempo que echaban agua, harina y sometían a todo tipo de vejámenes al invitado de turno. Era un circo, pero a la larga funcionaba, generaba alcance y recordación. Mucho ‘Poder del cono’ y lo que quieran, pero campañas sociales tan efectivas como la del ‘Festival del hueco’ yo no he vuelto a ver, tal vez porque se apoyaba en el poder de la recocha, que es lo único que nos mueve en este país. 

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