Ni en el colegio me sentí tan matoneada. Cuando publiqué la crónica sobre mi decisión de abortar en la revista Soho, pensé que me iban a acabar. Hoy me sorprende que los ofendiera e indignara más mi última columna en la que cuento que me produce asco ver a una mujer amamantar. Hasta recibí amenaza de muerte, y me llamaron gorda, vieja, fea, bruta, puta, hijueputa, perra, imbécil, insensible, triste, patética, solitaria, solterona… me quedo corta. Recibí mucho, mucho, mucho odio. Pero a mí -a diferencia de la periodista que condenó el dolor por la muerte de Martín Elías- no me calumnian, porque no solo no tengo nada qué esconder, sino que tengo la conciencia limpia, brillante, oliendo a lavanda. De mí que digan lo que quieran decir. Me limpio el culo con sus mentiras.
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Me di cuenta de que están muy equivocados sobre mí. Yo no soy feminista. No tolero el feminismo contemporáneo, me produce escozor (esto no incluye a mis amadas Carolina Sanín y Catalina Ruiz-Navarro). Cuando me llaman feminista es porque no saben con quién están hablando. No me escondo ni me escudo detrás del feminismo. Le huyo. Y ni siquiera disfrazo de machismo y misoginia a los ataques infames que recibí en Twitter. Ustedes no me odian por ser mujer, me odian por ser Virginia Mayer con un megáfono. Y ese es -de hecho- mi nombre y mi apellido, yo no uso seudónimo.
Tampoco soy periodista. Nunca estudié periodismo. Jamás he dicho que soy periodista. Soy escritora. He ejercido el periodismo, pero no actualmente. Cuando –iracundos- cuestionan si lo que hago es periodismo, las respuesta es no. La opinión no tiene que ser –necesariamente- periodismo. Para tener una columna de opinión solo hace falta tener qué decir, saber escribir y tener un buen amigo que haga corrección de estilo y edición.
Cada vez que alguien me dice que lo que hago es simplemente llamar la atención, queda en evidencia que hace parte del rebaño de ovejas estúpidas, borregos, cabezas simples e ignorantes. No porque yo piense distinto a la mayoría, significa que llamo la atención. A mí no me da miedo ser quien soy, ni pensar y sentir como lo hago. Me importa un carajo que ustedes -los brutos- sean la inmensa mayoría. Y tampoco me creo única por pensar como lo hago, hay muchos que piensan como yo. No estoy sola. Siempre he dicho lo que pienso, de frente, sin rodeos, sin decorar mis palabras. Pero como nadie me paga por leer el odio que vomitan sobre mí, me dediqué a bloquear borregos en Twitter y me quedó doliendo la mano como si los hubiera masturbado. Yo no escribo para discutir con el ignorante y no tengo por qué tolerar su odio desmedido y estúpido.
Recibo su ira con la plena conciencia de que por pensar como lo hago, y por expresarlo en esta plataforma, me expongo a su violencia, a su estupidez, a su ignorancia y a su fetidez. No existe insulto alguno que puedan usar en mi contra para callarme. No me voy a callar. No voy a dejar de escribir sobre lo que pienso y siento con absoluta y cruda honestidad, porque ese es mi estilo, mi marca personal, mi firma, lo que hace única a mi escritura. De mí no esperen otra cosa, borre-e-e-e-e-egos.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.