Esa fue SU tarde. Tuvo varias fantásticas, pero esa fue SU tarde. Después la vida lo premiaría un montón por su talento y lo convertiría en ídolo de muchas hinchadas. En Cali, por ejemplo, una noche en la que el verde estaba embolatado para ganarle un partido al brioso Pereira, lanzó un zurdazo desde 70 metros tratando de que algún delantero fuera a buscar el cabezazo salvador al minuto 92 y la fortuna le ayudó: cuando la pelota caía en el área rival se armó una trenza entre un delantero del Cali, un defensa del Pereira y el arquero Pedro Pablo Rodríguez. Los tres saltaron por los aires pero ninguno pudo tocar la pelota, que se fue dando botes hasta cruzar la línea de gol.
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O ese domingo en el Pascual Guerrero en el que, por más insistencia, el Cali no encontraba las formas necesarias para doblegar a Daniel Vélez, portero del Medellín. La cosa no venía bien: un par de resultados no tan buenos ayudaron a que el estadio fuera un murmullo permanente de reprobación, acentuándose mucho más cuando Agustín Delgado, aquel fornido atacante ecuatoriano, hacía el 0-1 que atizaba más las iras y las rabias. Aprovechándose de un tiro libre de costado cobrado como genio por Carlos Valderrama –en su segunda etapa con el Cali–, apareció veloz entre el racimo de piernas y detrás de todos, en el segundo palo como los goleadores, se lanzó al suelo y le metió un latigazo al balón que Vélez, por fin, no consiguió manotear. El reloj marcaba el minuto 92.
Y ese cronómetro que siempre lo señaló a él como un inspirador de impensadas hazañas en la agonía de un juego también lo transformó en leyenda una tarde en la que su club, Pachuca, caía jugando pésimo ante Jaguares de Chiapas. Perdían 2-3 Y de nuevo el minuto 92 ahí, esperando a que el muchacho irrespetuoso le sacara jugo. Fue a buscar el córner con su gorra puesta. Metió el frentazo, la pelota se coló para obtener el 3-3 tan deseado y fuera de eso el gorro no se le cayó.
Por eso el 14 de abril se celebra el día del arquero en el mundo. Es un homenaje a Miguel Calero –que nació en esa fecha–, un gigantesco portero, genio para esconder segundos en el bolsillo de su ancha pantaloneta, saltimbanqui del arco, generoso dador de espectáculo. Sin embargo la que sí fue SU tarde, se dio en 1990 en El Campín. Pantaloneta blanca, medias blancas y buzo blanco con dos líneas celestes horizontales, jugando para el modestísimo Sporting de Barranquilla. Millonarios, su rival.
Calero detuvo todo 80 minutos hasta que Daniel Ahmed lo fusiló con rabia. Sporting iba ganando 1-0 y el empate azul más los 10 minutos que aún restaban hacían imaginar que Millonarios se iría victorioso. Así pareció, pero Calero no dejaba, aunque estaba listo para caer. En el suspiro final ‘el Pájaro’ Juárez pateó, entrando al área, una pelota al ángulo inferior del palo derecho. Dos brazos blancos se lanzaron hasta allá y, sin dar rebote, atraparon la bola y el árbitro pitó el final. Era el minuto 92.