La esquina suroriental de la localidad de Suba es uno de los sectores más gratos de Bogotá. Es un territorio que –de manera arbitraria– yo ubico entre la Avenida 100 y el borde sur del río Molinos y la Autopista Norte y la Avenida Suba. Este territorio lo componen barrios de bajo perfil, sin ninguna pretensión. Barrios que recuerdan una época en que la ciudad crecía de manera acelerada pero no desaforada. Por eso da tanto gusto caminar por Pasadena, Santa Margarita y Puente Largo.
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Este último barrio no solo cuenta con el privilegio de compartir la amplia zona verde de la ronda del río Molinos, sino que lo atraviesa un parque más bien escondido, al que se accede en ambos extremos por unos estrechos senderos peatonales. Si uno camina en dirección oeste por la margen sur del río Molinos, la calle 108, llega a la transversal 55, donde el canal gira en dirección noroeste hasta el humedal de Córdoba. La calle 108, en cambio, se desvía en dirección al suroeste y se convierte en un sendero peatonal. Un par de cuadras más abajo desemboca en un gran parque rodeado, más que todo, de edificios y que se prolonga hasta una cuadra antes de llegar a la Avenida Suba. El parque tiene forma de embudo. A medida que se avanza hacia el occidente se hace paulatinamente más angosto. Sin embargo, en la mitad, entre las transversales 56 y 57, se abre un brazo en ángulo recto que se prolonga hasta la calle 106. El parque termina una cuadra más abajo y un sendero peatonal (la calle 106B) lo comunica con la Avenida Suba.
Es un parque muy arborizado, con juegos para niños, una cancha de microfútbol y básquet, y espacio suficiente para caminar, para soltar a los perros y verlos correr. Un típico parque bogotano que no tiene nada de particular, dirán algunos. Puede ser. Pero estos pequeños pulmones verdes que se planearon en los nuevos barrios bogotanos de las décadas de los años cincuenta, sesenta y parte de los setenta hoy son verdaderos tesoros. Son espacios públicos de los que disfrutan quienes allí viven y quienes por ellos transitan. Los que nos movilizamos a pie por la ciudad en muchos sitios echamos de menos aunque sea poder caminar un par de cuadras a la sombra de unos árboles. Gracias a estos parques lineales y a los senderos peatonales, barrios que antes eran de casas y ahora de edificios logran mantener parte de su encanto. Estos parques normalitos, sencillos, aparentemente anodinos, conforman varios de los rincones que aún hacen habitable a esta cada vez más caótica Bogotá.
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