Es difícil catalogar las mentiras, hay quienes dirán que existen unas peores que otras, algunas que se justifican u otras que incluso puede decirse que son “inocentes”. Pero eso son aguas turbias en las cuales no creo oportuno o conveniente entrar en detalle.
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Tan turbias como el ánimo generalizado que parece tener la sociedad en los últimos tiempos, en la que, gracias a muchos factores (entre los que se destaca el sensacionalismo con el que se presenta la información), las personas en general parecen tener la indignación a flor de piel: todo les molesta, todo lo critican y en todos los campos son expertas a la hora de ver lo malo de las cosas, desde deporte hasta moda, pasando obviamente por temas relacionados con justicia, religión y política.
Curiosamente, si tratamos de ver qué tiene en común todo esto, encontraremos que son las creencias de cada persona las que le llevan a actuar de esta manera, y aunque todos puedan tener creencias que definen como diferentes, hay un factor común: todos creen que son dueños de una única verdad, y esa verdad es la correcta.
Obviamente, cuando uno se encuentra con otra persona, dado que son dos verdades absolutas y según cada uno correcta, el resultado es un inevitable choque. Déjenme expresarlo con un ejemplo: un joven de 18 años puede creer que lo correcto es socializar dada su edad y para esto lo mejor es ir de rumba cada ocho días (financiado por sus padres), pero a su vez, sus padres creen que lo mejor que puede hacer es ahorrar o quedarse en casa estudiando para tener un buen resultado en su universidad.
Cada uno desde su visión es poseedor de los argumentos que validan su verdad, y como creen ciegamente que están en lo correcto, se desata un conflicto. O si quieren otro ejemplo pongan a un hincha de Santa Fe y a uno de Millonarios a definir cuál es el mejor equipo (sí, todos sabemos la respuesta… pero aún así habría conflicto).
La peor mentira que durante generaciones hemos aceptado es la de pensar que nuestra verdad es absoluta, que es única y que no hay mejor manera de demostrarlo que atacando lo que otros creen. Siglos y siglos de guerras, persecuciones sociales e incluso religiosas se resumen simplemente en que hay unos que creen con más fuerza que otros en su verdad (entiéndase que son más opresivos, fuertes y/o violentos).
Nadie es mejor o peor por lo que cree, sino por como aplica aquello en lo que cree y lo hace parte integral de su vida. Y mientras que sigamos creyendo que nuestra verdad es la única real, nos mantendremos ciegos ante el mundo, negándonos la oportunidad de aprender de todos los demás, de sus ideas y sus puntos de vista.
Cuando podemos aceptar y valorar las diferencias que tenemos con otros estamos dando pasos para superar todo lo que nos puede diferenciar y con total certeza encontraremos un montón de cosas en común. Pero mientras vivamos llenos de orgullo y ciegos por el miedo y la ignorancia pensando que solo nuestra creencia es válida y que nuestra verdad es la única, solo seguiremos siendo víctimas y difusores de la peor mentira que jamás pudiese existir.