Salió Gustavo Petro con unos Ferragamo y hubo revolución en redes sociales. Igual no es ningún mérito, en estos tiempos las redes sociales colapsan con cualquier carta viral o cualquier mascota que hace dos gracias. Si usted quiere saber si algo es importante, mire internet. A lo nimio se le da la importancia de una elección presidencial y a lo relevante también, pero se le trata con la ligereza de una piñata infantil.
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En fin, parece que nos importa mucho lo que calzan nuestros líderes políticos. A Uribe se la tienen adentro con los Crocs, cosa que no se entiende, si son los mejores zapatos que la humanidad ha creado. Horribles, pero una genialidad. En su momento señalaron a Rodrigo Londoño Echeverri, conocido por la horda virtual linchadora como Timochenko, por usar unos Nike, y ahora a Petro por sus Ferragamo.
No sé cómo calcularon, pero salieron a decir que el par costaba cuatro millones de pesos y luego la cifra varió hasta bajar a un millón. El punto es que es escandaloso que un político de un país pobre use zapatos que pueden valer más de cinco salarios mínimos, pero también que se la monten solo a Petro por ello. Sí, hay que darle duro a ese señor, pero a los demás también, con sus corbatas Hermès y sus relojes Hublot. Es que les mira uno el sueldo y no les da para tanto lujo. Una vez vi a Roy Barreras, tan o más detestable que Petro, con uno de esos chalecos North Face abullonados que valen una fortuna, y encima era blanco. Además de ostentoso, ñero.
Porque muy Ferragamo y lo que quieran, pero esos zapatos me parecen una corronchera. No por el diseño, el material o el esmero con que se fabrican, sino precisamente por la gente que los usa. Todos con alma de traquetos, de nuevos ricos, o de ricos de toda la vida pero que se sienten bien por usar marcas famosas que han hecho del lujo, la exhibición y el exceso un estilo de vida. ¿Han visto esas carteras color café marca Louis Vuitton que tienen una L y una V gigantes por todo lado? A eso me refiero.
Y no me malinterpreten, qué bien que un tipo como Petro haya sido un día un guerrillero que pelea en el monte y hoy se pueda dar el lujo de sacar para unos zapatos finos. Ojalá todos progresáramos y pudiéramos pasar de vivir con menos de lo necesario a comprarnos lo que se nos dé la gana, así sean unos Ferragamo. Precisamente ese el problema de Colombia, un país en el que muchas veces no alcanza para el lujo sino para cosas tan básicas como estudiar o comer carne: no soportamos que alguien ascienda, al menos no sin el guiño de los poderosos de siempre. Al que mejora lo condenamos y queremos que vuelva al pozo de donde salió.
Lo que me jode de Petro no es que haya ascendido, sino que lo haya hecho siendo un incompetente. Podrá ser muy hábil para subir escalones, pero operativamente no sabe ni manejar un iPhone, por nombrar otro objeto fino que gusta a izquierda y a derecha por igual. Eso, y que haya incoherencia en su discurso. Entonces resulta que sus años de lucha armada no solo eran para acabar con las inequidades del país sino para mejorar la vestimenta.
Pasa siempre. Ahí tenemos a Piedad Córdoba y su anillo Chanel con el que se podrían financiar muchas luchas revolucionarias, o a Fidel Castro, que estuvo en la lista Forbes de los diez líderes mundiales más ricos, o Hugo Chávez, que alguna vez dijo que ser millonario era inhumano pero tras su muerte se calcula que dejó 200 millones de dólares, 45.000 hectáreas de tierra y hasta diez camionetas Hummer, que es de lo corroncho que existe en esta vida.
Por eso causa risa e indignación la gente que viene de la izquierda, porque lo que quiere no es un mundo mejor, sino meterse en la rosca. Sueñan con zapatos y carros finos, televisores de pantalla plana, casas en estrato 6, tarjetas de crédito de cupo abultado, vacaciones en el exterior, ropa gringa de marca y joyas y accesorios europeos; todo como cualquier señor feudal de derecha de toda la vida. El dinero es puerco, pero es una delicia, que lo diga Petro.