Hoy quiero compartir contigo que me lees, parte de mi proceso de vida. Para hablar desde mi perspectiva sobre el mágico mundo de la comunicación.
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La academia fue alguna vez un misterio para mí y un territorio hostil que hoy, paradójicamente después de tantos años de camino, es un territorio que aprecio y deseo. Lo deseo como el orgasmo que nunca he vivido y que no quiero morir sin haberlo experimentado.
He estado ya en algunas universidades compartiendo saberes como ponente de esto que denomino Feminismo Artesanal, que es más que un movimiento social. Es un estilo de vida. Toda una filosofía tejida puntada a puntada desde la realidad. En un continuo desaprender y aprender, diario y cotidiano. Donde estamos convencidas (os) que la perspectiva de género y el feminismo en sí mismo debe ser el principio ético de toda actividad humana.
Después de ser ninguneada por no ser académica, de sufrir la inclemencia del tufillo de superioridad intelectual -que no es otra cosa que un modo de clasismo-, ahora les llevo a los (as) jóvenes mi experiencia; mi causa y lucha para que ellos(as) desde ahí enriquezcan sus saberes y motiven su intensión, visión, misión y objetivo profesional.
Hoy día cuento con valioso respaldo de profesionales con saberes cruciales para esta causa de vida, que es menester nutrir para la construcción de una Colombia que no trague entero la información y los saberes, si no que cuestione. Una Colombia que aplique el lenguaje sensato. El lenguaje que bien nos dejó de legado el reconocido escritor Eduardo Galeano. El lenguaje sentipensante.
Hoy cuento con el respeto intelectual de no pocas personas. No siempre fue así. Me tomó tiempo lograr hacerme escuchar con atención real. He demostrado que ser empírica no me hace menos apta, y es el mensaje que llevo a la sociedad. No todas las personas podemos ir a la academia y eso no es excusa para la flojera intelectual. Ni la mediocridad del pensamiento. Validé primaria y bachillerato en un aula virtual. Aunque vivo con una variante de dislexia y en consecuencia disgrafía, eso nunca detuvo mi amor por escribir y comunicar. Lo que hizo fue despertar mi deseo de leer mejor.
Yo busco que mis letras sacudan las mentes más quietas con el ánimo de transformar imaginarios colectivos que terminan por convertirse en ejercicios de poder hegemónico. No solo sexista sino de todo tipo de inaceptables. Soy muy agradecida con todo lo que he aprendido de mis amistades profesionales, porque no han sido mezquinas con sus saberes: me han tenido paciencia y me han dedicado el tiempo necesario para ayudarme a crecer.
El tiempo es vida y cuando alguien invierte su vida en ti es porque cree realmente en tú potencial. Sé que tengo mucho que aprender de profesionales sensibles, del mismo modo que estoy convencida que mi vida e ideología le puede aportar mucho a las ciencias sociales, humanidades y a las personas que dedicaran su vida a las comunicaciones diversas. Quizá como tú, valorado(a) lector (a).
Mis temas no son muy populares. Reciben críticas recias continuamente y soy consciente de que siempre me quedó corta en técnica. Sea hoy mi oportunidad para ofrecer disculpas por mi torpeza semántica y técnica de comunicación. Sigo aprendiendo y sospecho que pasaré mi vida aprendiendo a escribir.
¿Saben por qué cada vez que puedo compartir en las universidades encuentro un argumento para hablar del poder de la comunicación? Porque firmemente la experiencia me ha enseñado que la comunicación es quizá el mayor poder de la humanidad y que es la comunicación la herramienta indispensable para la emancipación de toda opresión social, cultural y política. No solo de las mujeres. Comunicar es una necesidad humana y un derecho. También puede ser una especialización que parte de una vocación y se convierte en una profesión u oficio.
Siempre les digo: si una mujer como yo, con tantas falencias intelectuales y con una torpeza competitiva innata, ha podido ser la comunicadora que ha anhelado desde que vendía corotos en las calles a la edad de 9 años sin mayores herramientas, ¿cuánto más quienes están en la academia aprendiendo?
Sé que mi historia les ayudará a valorar gota a gota todas las herramientas que la academia les da. Lo que les digo siempre en cada visita a la academia entre muchas otras cosas más es:
“Me hubiera ahorrado muchos dolores de cabeza haber tenido la oportunidad de pasar por la academia. A mí me ha tocado aprender a trancazos. Ustedes tienen todo. Ahí está un bufete de conocimiento y saberes al alcance de su mano. Aprovéchenlo. No sean como esas personas que conozco que pasaron muchas veces por la academia y se certificaron en muchos saberes y jamás la academia pasó por el cerebro de ellas y son una partida de personas arrogantes llenas de mediocridad»
¿Por qué y para qué les cuento parte de mi historia? Porque deseo que valoremos cada palabra que escuchamos y expresamos a conciencia como un precioso tesoro, para que pensemos en la realidad de que una comunicación sin absoluta veracidad es tan incendiaria como la guerra.
Algunas personas me preguntan por qué siendo tan apasionada por las comunicaciones no me certifico de comunicadora. La primera respuesta es falencia económica. La segunda es que sé que la comunicación social es una profesión que existe para informar, educar y entretener y, como yo lo veo, en muchos casos es usada para comunicar irresponsablemente. Eso me perturba. A mi juicio la única manera de conectarnos con la comunicación responsable es desde la razón y el corazón, no deshumanizar la información, no parecer una máquina programada para informar fríamente sin hacer estimulación del pensamiento. Es decir, formular las preguntas éticas a cada información: ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Para qué? Y a esto hay que agregarle el hecho de que el debate sobre el lenguaje no heteronormativo con la RAE aún sigue abierto. Sabemos que el lenguaje es un factor político y este construye o destruye imaginarios sociales, por eso desde el feminismo trabajamos por un lenguaje no sexista y yo escribo “rarezas” a los ojos de varias personas.
Si algo he aprendido es que el poder de la humanidad está en la palabra. Y con la palabra hacemos un cerco de justicia o de injusticia. Bien lo dice la sabiduría popular: “somos amas (os) y señores(as) de las cosas que decimos y esclavas (os) de las cosas que callamos».
Las mujeres -más que los hombres- apreciamos el valor de la palabra idónea porque nosotras hemos tenido que aprender a hechizar con la palabra para lograr ser escuchadas con atención en medio de una sociedad que no le gusta que las mujeres hablemos sobre muchos temas sociales, políticos y culturales. El hecho de que las voces de las mujeres históricamente en la humanidad siempre han sido más cuestionadas y evaluadas que las voces de los hombres nos ha dado una especial y única intuición de la comunicación.
La comunicación ha sido el arma emancipadora de esta feminista que les comparte sus pasos. Y no solo de ella, si no de todas sus antepasadas. Los hombres han tenido ese poder y ese derecho desde siempre, y pocos son los que logran darle el valor real a la palabra. Para nosotras fue un regalo que nos dio el feminismo y que muchas desperdiciamos hablando tonterías o apresurándonos a comunicar. Viene a mi memoria las profundas y sabias palabras de Virginia Woolf:
«La verdad que escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial»
En mis palabras, escribir es como masturbarse placenteramente sin culpas y en libertad. Que te lean es como cuando tienen sexo contigo solo para experimentar sin mayores expectativas que saciar el apetito sexual. La invitación es que follemos las mentes. Antes de eyacular la palabra, que hagamos orgías de pensamiento. Porque es imposible una nueva evolución en la humanidad sin ejercitar la comunicación precisa. Sin una comunicación ética no existirá ninguna emancipación, ni de las políticas patriarcales ni de ninguna otra opresión. Tampoco existirá paz plena verdadera y duradera.
Por: Mar Candela. Ideóloga feminismo Artesanal / @femi_artesanal