Opinión

¡Merecemos ser felices!

Esta semana Juan Carlos Prieto, politólogo y reconocido activista LGTBI, explica el absurdo del referendo por la adopción discriminatoria.

Por: Juan Carlos Prieto García // @jackpriga

En estos tiempos de avances científicos, tecnológicos y de posibilidades en el acceso a la información sorprenden algunos acontecimientos, posturas y postulados de los autonombrados defensores de la familia y las buenas costumbres en nuestro amado y exótico país. Pareciera que detràs de muchos de sus argumentos no existiera otra cosa que un interés muy marcado por dejar a “esos LGBTI´s” en un lugar profundo, oscuro, alejado de esta sociedad tan decorosa y de principios inquebrantables que le preocupa más el desarrollo de una cartilla dirigida a los maestros que permita comprender la diversidad en la sexualidad humana que la muerte de 81 niños en la Guajira por desnutrición en lo corrido de este 2016.

 

Desde sexo excremental hasta “los toleramos pero no sus prácticas” he tenido que escuchar de grandes sabios y sabias de nuestro honorable y distinguido poder legislativo nacional; y aunque, en algunos momentos más tibio que caliente nuestro ejecutivo pareciera mantenerse al margen de este tipo de discusiones seguramente por agendas más taquilleras y estrategias políticas alrededor de la paz, mostrando algunos avances en materia de derechos hacia las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales del paìs.

 

Lo cierto es que, en pleno siglo XXI, hoy en nuestro territorio nacional todavía se discute si algunas personas se les debe dar o no la posibilidad de exigir sus derechos de manera efectiva. Y lo más irónico es que sus argucias políticas no se basan en investigaciones serias y contundentes sino en premisas personales apoyadas en argumentos morales y de lejos irracionales.

 

“Que no deben adoptar porque esos niños van a sufrir en carne propia lo que significa el acoso escolar cuando se den cuenta que no tiene un papá y una mamá sino dos mamás”; “Si les permitimos que se casen la humanidad esta condenada a la desaparición”; “La destrucción familiar se avecina, tiempos oscuros le esperan a este paìs”; “Por culpa de estos degenerados nuestros hijos corren peligro. Curas gays y personas de mente abierta tienen a nuestros menores muertos”, “La dictadura homosexual no debe estar por encima de la Bilblia”, “Enfermos”, “Aberrados”, “Delincuentes” son sólo algunas y con mejoras en su vocabulario de las frases que recibo a través de mis redes sociales desde hace 5 años. Debo confesar que algunas me logran desencajar y otras me dan risa.

 

Lo grave de este asunto no es, por supuesto mi inconformidad por este tipo de improperios, si no que las palabras y el lenguaje mal utilizados hacen tanto daño como un golpe. Muchas niñas, niños, jóvenes e inclusive adultos no soportan la presión social; la homofobia termina aniquilando vidas, mentes y corazones brillantes: la homofobia mata.

 

Si usted es de las personas que piensa como las que me escriben en mis redes quisiera tomarme un párrafo más para decirle que: aunque vivo con mi novio hace más de 9 años no me quiero casar pues no creo en esa figura como la única que valida nuestro amor. Así que acá tiene el caso de dos homosexuales que no condenarán el mundo a la destrucción masiva. Tampoco queremos adoptar no porque no creamos en la figura si no porque no está en nuestro plan de vida, como no lo está tampoco en el de muchas parejas heterosexuales. Somos personas sanas, nunca normales, pero si diferentes, ciudadanos y ciudadanas que aportamos a un mundo mejor porque amamos hasta el tuétano, odiamos lo básico y plano y le hemos robado a la homofobia el cercenar nuestros corazones y mentes. Así que por favor ¡sea feliz y déjenos serlo!

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