De niño siempre quise una bicicleta. Y no cualquiera. Una Vitus azul de aluminio y manillar blanco como las que usaban en el Tour de Francia en los ochenta. Mis padres nunca me la dieron y durante años lo resentí. Entonces tomé la actitud que tomamos quienes creemos que la vida es una mierda porque nos privó de algo: resistirme a lo que tanto me gustaba.
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Pasé entonces desde mis once años hasta hoy negándome a montar en bicicleta, siempre lleno de excusas: la plata, el clima, la topografía, la inseguridad; lo que fuera. Ahora que compré una hace un mes no entiendo cómo pude esquivar tal placer durante tanto tiempo. No es Vitus ni es azul con blanca. Es totalmente negra y pesa lo que pesa un suspiro.
La verdad es que estoy obsesionado. Es tan bonita que si pudiera me casaba con ella. La uso todos los días para hacer vueltas en la ciudad o salir el fin de semana y mi vida ha cambiado. La noche antes de estrenarla puse el despertador a las cinco de la mañana para salir a montar afuera de la ciudad y abrí el ojo a la 1:30 a.m. Así de metido estoy en el cuento.
Hacía rato venía buscando un deporte que reemplazara el fútbol, cruel con el cuerpo a medida de que pasan los años. Consideré el golf, pero el golf es un deporte lleno de idiotas, clasistas y machistas. Basta oír hablar a un puñado de golfistas después de jugar para entender que por ahí no es el camino. También estuvo la natación, pero es medio solitario, y para soledad ya tengo la escritura.
Entonces el ciclismo era perfecto. Apenas te metes en él descubres que es un culto. Desde la escogencia de la bicicleta y los accesorios hasta las rutas para montar y los horarios para salir. La verdad es que antes de comprar mi bicicleta no era consciente de que hubiera un movimiento tan grande alrededor de ella, tanto para uso urbano como para recreo.
Ahora no encuentro cosa más bella que salir a las cinco de la mañana a montar en carretera. Hay momentos, cuando apenas despunta el sol, en los que no te cruzas con nadie, entonces no solo te sientes como la única persona en el camino, sino como la única persona en el planeta. Además, la lucha es contigo mismo. En fútbol no solo hay que lidiar con el equipo rival, sino con la torpeza de los compañeros de equipo y con la incapacidad propia. Entonces, si se va uno a retar, mejor que sea en un deporte como el ciclismo.
Con él he aprendido que las entradas a Bogotá son un desastre, caminos de herradura más que carreteras, y que levantarse muy temprano es importante. Lo bueno es que la madrugada siempre llega y antes de que haya luz ya lleva uno un buen rato pedaleando. La primera vez que salí a dar una vuelta larga demoré cinco horas y volví a casa con calambres en cuello, espalda y piernas. Es el dolor más placentero que he sentido.
Pero también la uso en Bogotá, y rinde. Hay que tener cuidado de que no lo lleven o llevarse a alguien, hay también que comprar un candado tan bueno como la bicicleta, pero en ejercicio y ahorro de tiempo vale toda la pena del mundo.
Aun así no me siento mejor persona que nadie por andar en esa vaina. No estoy salvando el mundo ni ayudando a crear conciencia, tan solo me estoy divirtiendo. Eso sí, no entiendo cómo con el asunto del ‘Pico y placa’ haya gente que prefiera comprar dos y hasta tres carros en lugar de andar en bicicleta. Por eso no quiero terminar esta columna sin antes decirles algo: putos los que andan en carro. Putos todos.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.