Columnas

Bienvenido a Colombia

Parece que la foto que acompaña la columna de hoy mostrara apenas uno de esos dispositivos para evitar que terceros logren ver la clave de nuestra tarjeta a la hora de ir a un cajero electrónico, pero es más que eso. Es de las primeras cosas que nos hacen caer en cuenta de que hemos vuelto al país después de un viaje al exterior, uno de los golpes más duros que un colombiano puede recibir.
Porque a Colombia se le quiere, después de todo es la casa, aunque a veces nos gustaría que fuera mejor, o más bien, que fuéramos capaces de volverla mejor, pero parece que aún no estamos listos y que es largo el camino que nos falta por recorrer.
Volver al país es darnos cuenta de que acá tenemos lo mismo que tienen en el primer mundo, pero en malas condiciones. ¿Vías? Sí, pero menos, deterioradas y estrechas. De hecho, eso del tamaño no es un detalle mejor. Vean nuestras calles, nuestros taxis, las sillas para sentarse en el bus, los espacios para parquear. Todo es pequeño, apretujado, como si no tuviéramos espacio, como si no pensáramos en grande.
¿Andenes? Sí, pero rotos y desiguales, como nuestra sociedad. Me siento como Gustavo Bolívar al decir eso, pero así es. Así, un cajero con esa tapa encima dice mucho. Dice que no podemos confiar en nadie y que cada salida a retirar dinero es una cita con el peligro, así como cruzar una calle, porque acá no respetamos los semáforos, no cedemos el paso y ni siquiera hay semáforos para peatones, como si la gente que anda a pie no tuviera derecho a saber cuándo es hora de atravesar sin que se la lleven por delante.
Tenemos internet y celulares también, como en el primer mundo, pero funcionan a ratos. Y el cliente nunca tiene la razón, y no podemos dejar nada medio abandonado porque se lo roban. Afuera, o al menos de donde volví de viaje, administran la abundancia. Acá administramos la escasez, como si fuera ese nuestro destino ineludible.
Acá se nos volvió común también convivir con el miedo y con el afán. Nos acostumbramos a que nos roben, a que el tiempo no rinda y a que nada funcione. Luego salimos de Colombia y descubrimos que vivir mejor es posible y que las cosas cotidianas, como afrontar el tráfico para ir del punto A al B, sacar plata del cajero o cambiar en un almacén un artículo que no nos gustó no tienen que ser un drama.
 Estando de vacaciones monté en bicicleta un par de veces, así que se me antojó comprar una apenas volví. Y no está mal el plan, pero es muy diferente hacerlo en un lugar donde la vida vale algo y donde se piensa en el otro, y no acá, donde no somos capaces de ponernos en el puesto de los demás. Eso, por no mencionar que acá una bicicleta hay que cuidarla como si fuera agua en el desierto, parece que todos van detrás de una. Otra de las cosas que he notado ahora que he vuelto es que los colombianos vivimos con afán pero, curiosamente, no hemos llegado a ningún lado.
 Como dije antes, me gustaría que ese civismo de otros lugares existiera acá también, de manera que todos pudiéramos disfrutarlo a diario y no como algo exótico cuando vamos al exterior, pero insisto, parece que aún no es nuestro tiempo. Por lo pronto, necesito un par de semanas más para recuperarme del golpe de haber vuelto. Una buena manera de acelerar el proceso de adaptación sería que al bajarnos del avión no nos recibieran agentes de inmigración sino psicólogos. A ver si paso la idea y por ahí me copian, que resulta más barato y rápido que hacer de Colombia un país habitable para humanos.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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