Opinión

El posduelo

Por Andrés Ospina – @ElBlogotazo

Como el anarquista consecuente que intento ser, riño con institucionalidades. Pero el domingo voté. Quería participar de un triunfo necesario e inminente. Con semejante optimismo como antesala me acomodé para contemplar su consumación, mientras pensaba cómo destinaría estas líneas a exaltar lo acontecido y delirar con otra Colombia. Y seguí cada boletín. Primero un repunte leve del ‘sí’ me contagió temores respecto a la contundencia del triunfo anticipado. Luego, incrédulo, vi cómo la idea opuesta lo aventajaba sin retroceso. Por estos tiempos los vaticinios electorales funcionan como los pronósticos climatológicos de Max Henríquez: a la inversa. Sin duda no somos ese espejismo llamado Twitter.

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Muchos seguimos aterrados. Abundan quejas, reflexiones, lamentaciones. Unas señalan el abstencionismo, costumbre nacional cuya marca de veintidós años rompimos con un deshonroso 62,6%. Preocupante saber a las mayorías automarginadas del tema. Como si tanta sangre cincuentenaria y ‘suprapartidista’ no fuera asunto suyo.

La indiferencia es la más pusilánime entre toda forma posible de complicidad. En medio del dolor me convenzo más –y habrá quienes por ello me postulen a crucifixión– de que las democracias se autodestruirán. Apelan al dictamen de las mayorías, y como mayorías que son las conformamos seres mayoritariamente malinformados o mayoritariamente desinteresados. Los mismos que condenaron a Jesucristo y absolvieron a Barrabás, que empujaron a Gran Bretaña al abismo brexit y que tienen al mundo al borde de Trump, por citar solo algunas de sus ejecutorias.

Urgente revaluar el credo aquel de que “los buenos somos más”, sofisma acaso diseñado por una multiplicidad encubierta de canallas de clóset para emboscar a una minoría de inocentes a expensas de su candidez inducida. En tierras capaces de amedrentarse con proclamas de “¡Timochenko presidente!” no extrañaría que dichas mayorías elevaran a Ordóñez al trono bolivariano mediante consignas infundadas del mismo estilo. Yo hasta los entiendo y comparto su disgusto con las tales curules directas, pero en una negociación se da y se recibe.

Hablo no de aquellos que tras haber sentido la confrontación en espíritu y cuerpo propios optaron por la negativa, sino de quienes desde la burbuja descapotable de sus urbes lo hicieron. ¿Analizaron el mapa? La conclusión está manoseada: las regiones más tocadas por el conflicto fueron aquellas que acogieron el perdón… al unísono y sin titubeos. El balance sigue… Quedó demostrado lo absurdo de imaginar al castrochavismo comandando Colombia, como algunos temían. ‘Nuestro expresidente’ y su séquito no eran los caricatos de cuyo fracaso medio ‘censo electoral’ pretendía mofarse hoy (incluido yo; lo admito). Ni la mejor negociación está blindada ante acechos.

Y como el colombiano que también soy, mi acomplejamiento internacionalista emerge. Me pregunto qué pensarán afuera: refrendamos el rótulo de país belicoso y amañado con la contienda, incapaz de perdonar y acaso hipnotizado por retóricas incendiarias. ¡Qué paradoja! Las Farc como abanderadas de la paz que tanto pisotearon, y el pueblo colombiano como validador de la guerra que decía repudiar. Yo de inversionista extranjero lo pensaría: “¿Qué vamos a hacer entre el fuego cruzado, elegido por sagrado y popular sufragio?”.

Inglaterra con su brexit, Estados Unidos con su Trump y nosotros con nuestro ‘no’… un balance que de momento desalienta. Nos queda aferrarnos… Soñar con que el disenso derivará en consenso y unión de fuerzas… a fuerza de insistir. Una disyuntiva que reta el aparato ideológico existente, el ingenio y el corazón de una nación rota en mitades. Contra todo pronóstico, espero que lo consigamos.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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