Todos tenemos días difíciles, aquellos en los que nada parece tener la forma correcta, en los que la pereza, el tedio, el estrés y hasta la antipatía se generalizan a tal punto que lo único que queremos es que ese preciso día se acabe, o tal vez ir a refugiarnos en nuestra cama para tratar de borrar todo lo que estamos viendo y viviendo. Sin embargo, aún si lográramos hacer eso, muchas veces esa situación vuelve ante nosotros, como si la vida misma se encargara de tratar de forzarnos a que nos sintamos así o a que viviéramos determinada situación.
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No es que la vida sea cruel con nosotros, que exista una especie de venganza o conspiración en nuestra contra, ni mucho menos que no merezcamos estar mejor o ser felices según lo que signifique eso para cada uno de nosotros, y en vez de caer en la tentación de autocompadecernos para preguntarnos “¿por que a mí?”, debemos plantearnos una pregunta que parece mucho más apropiada para esos días difíciles: “¿cuál es la oportunidad que tengo frente a mí?”.
Tenemos que tener algo bastante claro: nada en nuestra vida va a cambiar, a no ser que nosotros decidamos que cambie. Somos nosotros quienes nos convertimos en artífices de milagros, en creadores de verdaderas transformaciones para nuestra vida y la de todos los que nos rodean si así lo decidimos y actuamos en consecuencia. No existe una manera mágica de tener las cosas, ni tampoco de que lleguen a nosotros sin que trabajemos con conseguirlas, pero una vez decidimos que queremos algo, debemos comprometernos y responsabilizarnos con dicho deseo para sacarlo adelante y convertirlo en nuestra nueva realidad.
Cuando abordamos los momentos difíciles de nuestro día, o los días difíciles de nuestra vida, de manera tal que podamos cuestionarnos sobre cuáles oportunidades se nos están brindando con esa situación, cuáles son las lecciones que debemos aprender, cuáles los hábitos que debemos mejorar o tal vez abandonar para que todo fluya de una mejor manera, empezamos a entender nuestra vida de una forma diferente, a ver un panorama mucho más amplio, a sentir que todo siempre pasa por una razón (una buena razón), y que siempre estamos en el lugar exacto en el que debemos estar, pero que el hecho de que eso sea definitivo o no, depende de lo que nosotros hagamos para que eso suceda.
También viene bien para cambiar el ánimo de nuestros días acompañar ese enfoque alternativo de las preguntas con algo tan sencillo como poderoso: agradecer. La gratitud transforma la frustración dando una nueva perspectiva para que alcancemos lo que nos proponemos y no nos detengamos por nuestros miedos o inseguridades; la gratitud nos permite mantenernos enfocados en lo bueno, en lo afortunados que somos, y con esto logramos recargar nuestra energía para poder dar nuestro máximo y disfrutar todo lo que estamos destinados a ser.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.