¿Cuánto de lo que dices corresponde a lo que realmente piensas o sientes? Lo que expresamos a quienes nos rodean, ya sea con un mensaje de texto, un correo electrónico o con nuestra propia voz, muchas veces pasa por tantos filtros en nuestra cabeza que muchas veces no tiene mucho que ver con lo que realmente queremos comunicar, con lo que sentimos en primer lugar, aquello con lo que queremos conectar.
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Filtros nutridos por nuestros miedos, por nuestras inseguridades y hasta por el exceso de seguridades que nos hacen imaginarnos cosas que no hacen parte de la realidad propiamente dicha. Filtros que también crecen con nuestros prejuicios y nos llevan a suponer la manera en la que los demás van a interpretar lo que nosotros queremos decir, o peor aún, creer que somos dueños de la verdad absoluta, en cosas tan banales como un sabor o un color, hasta en cosas que nunca podríamos determinar a ciencia cierta como el hecho de entender cómo siente (en detalle) otra persona.
La verdad es subjetiva, definida por cada uno según lo que piense y sienta, y seguramente hay verdades que no son para todo el mundo, no todas las personas están listas para escuchar tus sueños o entenderlos con la misma magnitud que viven en tu interior, sin embargo, privarnos de decir lo que sentimos no les hace un favor a los otros, por el contrario, les estamos negando la oportunidad de conocernos tal y como somos, sin máscaras, sin prejuicios, banalidad o complejos.
No se trata de estar hiriendo salvajemente a todos los que nos rodean, porque ello indicaría que no buscamos comunicarnos, sino imponer asumiendo que somos dueños de la verdad, se trata de ser fieles a nosotros mismos, a lo que pensamos y sentimos, permitiéndonos ser todo aquello que estamos destinados a ser y aprendiendo de todo lo que los demás nos pueden enseñar. Se trata de comunicar construyendo, para crecer y mejorar.
Conectar lo que sentimos, pensamos y decimos nos permite llevar nuestra vida a otro nivel, uno en el que todo parece más liviano, mejor e inspirador en todo sentido. Es liberarnos de prejuicios, ataduras, dudas y falsas creencias que nos limitan, es empoderarnos de quien somos y aprender a ser mejores de lo que hasta ahora hemos sido.
Es algo así como tratar de eliminar toda la distorsión que nos rodea, para poder escucharnos con claridad y ser escuchados en realidad, para hacer del mundo que nos rodea un lugar mucho más verdadero y no tan distante como nos lo han querido pintar. Así que tal vez viene bien que te preguntes: ¿qué diría si no tuviera filtro alguno?
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.