Una semana atrás, el arriba firmante rindió tributo a nuestro burgomaestre mediante la descripción del por mí denominado “síndrome de Peñalosa”, tipificado como “extraña modalidad de autismo soberbio”. Horas después me acometieron los reclamos, sin duda justificados, procedentes de madres de individuos con autismo, molestas por mis ligerezas verbales. Entendible: nadie sensato encontraría honroso ser comparado o ver cómo equiparan a algún allegado suyo con el personaje en cuestión.
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Podría escudarme en argucias semánticas. Decir que empleé la expresión a título irónico, jugando con parodias, así como muchos aluden a los desmemoriados como “enfermos de alzhéimer”, o a quienes se caracterizan por su temperamento inestable, como ‘bipolares’. Lo afirma alguien que con sus siete dioptrías –impedimento padecido desde mis seis–, sin corrección visual queda reducido a topo. Y que con alguna regularidad emplea u oye a nuestros medios empleando tales deficiencias para ejemplificar procederes torpes cometidos por figuras públicas, estilo “la miopía del alcalde”. Incluso pensé empuñar el RAE y esgrimir una primera acepción no-médica del término, a saber, “repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma”.
Pero no. Mal haría incurriendo en autodefensas. Máxime cuando habito un país donde estas últimas sobreabundan por cuenta de “nuestro expresidente”, y cuyas instituciones expusieron su rampante indolencia al procurarse pretextos infames en lo concerniente a Rosa Elvira Cely, para así eximirse de aquellas competencias que sin objeciones les atañen. Tampoco caeré en ruindades exculpatorias a lo Carlos Mira –exdirector de La Mega en Medellín–, quien tras premeditar una mofa videográfica dirigida hacia Ana María Zapata –antioqueña con el síndrome de Marfan– y recibir las merecidas reprimendas, tuvo la desvergüenza de aparecer en Cosmovisión Noticias afirmando que “lo que hice en ese video no fue discriminatorio” y amenazando con demandar porque “la niña lo que quiere es otra cosita”. A Colombia le faltan responsables, y no me sumaré a semejante jauría de cobardes.
Me equivoqué. Sin intención, claro. Pero error es error. Porque por inocentes que luzcan, salidas como esas no hacen más que perpetuar un estereotipo y una estigmatización cruel. Porque encuentro censurable convertir tablones públicos en vectores de discriminaciones y desinformaciones. Y, sobre todo, porque quienes experimentan esta condición y sus familias son seres sensibles… iguales a ustedes o a mí. Hacer de términos como ‘autismo’ y ‘autista’ fórmulas de ofensa equivale a desdeñar la lucha de tantas gentes valiosas alrededor del mundo por reivindicar el lugar que los estúpidamente llamados ‘autistas’ merecen. Además… el autismo es transparente, no sabe engañar y desconoce de hipocresías. Y eso resulta más bien antagónico a como procede nuestro alcalde.
Este viernes anduve en la Liga Colombiana de Autismo, cobijado por la hospitalidad de su directora, Edith Roncancio, mamá de un joven con autismo. Dicha institución lleva siete años pugnando por la causa. Entre sus muchas y muy meritorias banderas está la de sensibilizar a comunicadores y ciudadanos con respecto a las incidencias negativas provocadas por el uso irresponsable del término. Por mi parte aprendí de la experiencia. Así las cosas, desde hoy me sumo a sus defensores. Me despido, pues, con mi solicitud de excusas a los afectados y el compromiso ulterior de contribuir desde las modestas vitrinas a mi alcance para recalcar los despropósitos que yerros involuntarios como el mío pueden entrañar . ¡Hasta el otro martes!
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.