Columnistas

Anacronismos verbales

Insisto: las palabras arrastran consigo una impronta generacional. Una marca que permite fecharlas. Funciona como un carbono-14, pero lingüístico. Yo, por ejemplo, me percato de mi anacronismo de mediana edad cuando le digo Granahorrar al Avenida Chile, Sears a Galerías o Tercer Puente a aquel que cruza la Autopista Norte a la altura de la 170.

Pronunciados en presente los tres nombres anteriores son contrasentidos. Quien los usa tiene el alma sintonizada en otra época. De ahí que uno pueda detectar si alguien nació con anterioridad o posteridad a los setenta del siglo XX según si la expresión ‘sardino’ está o no inserta en su vocabulario, o en qué década se sitúa su llegada al mundo según si emplea los adjetivos puppy, play, ‘gomelo’, ‘cocacolo’ o ‘glaxo’ para aludir a un joven refinado.

¿Otros casos? Cuando Radio Tequendama imperaba en el AM, la costumbre era referirse a una canción como un ‘disco’, en singular. De hecho, las adolescentes solían reclinarse frente a su grabadora Silver con la pausa ‘engatillada’ y los botones de Rec y Play activados, rogando que el locutor no hablara, para así consignar en cinta magnetofónica el ‘último disco’ de los Bee Gees o Rod Stewart.

Las lenguas cambian, a ritmo tan vertiginoso como el de sus hablantes. Por extraño que pueda resultarle a un habitante de la Colombia presente, en la de mi infancia no había parceros. Había ‘llaves’ o ‘llaverías’. En mis tiempos no decíamos “sachet de Sedal”. Decíamos “‘cojín’ de Trinity o de Glemo”. No teníamos ‘hembros’ y ‘hembras’. Teníamos ‘machos’ y ‘mamacitas’. Al rock y a casi todo género musical anglo lo clasificaban como ‘música americana’. Los dentífricos no contaban con ‘triple acción’. Contaban con MFP. A nadie se le ocurría hablar de ‘mariquis’, ‘putis’, ‘amiguis’, ‘chandis’ ni de todos esos remoquetes diminutivos de virilidad cuestionable, hoy tan en boga.

Durante aquellos tempranos ochenta las cadenas de alimentos aún no habían sucumbido a los combos. No sabíamos de vouchers, stickers ni outlets. Conocíamos recibos, calcomanías y almacenes de los de siempre. No entendíamos de ‘juernes’, ni de ‘amigovios’ ni de ninguna vagabundería contemporánea de espíritu similar. No había comerciales. Había ‘propagandas’. Y, por supuesto, no existían community managers, youtubers, focus gropus ni cualesquier otro embeleco angloparlante. Esta era nos ha ido llenando de afeminamientos ibéricos del tipo ‘peli’, ‘deli’ y el abominable ‘bici’ por cicla. La publicidad, por su parte, nos ha saturado de eufemismos. Ahora el cuerpo y la ciudad están divididos en zonas: zona T, zona íntima, zona V, zona G y demás.

Y así como algunas palabras se han incorporado en nuestra cotidianidad, otras se van yendo. ¿Han notado, por ejemplo, que cada vez menos gente habla de ‘seco’ para aludir a los alimentos sólidos del almuerzo, o de ‘sobremesa’ para referirse a la bebida? La población de quienes llaman ‘verduras’ a los vegetales, ‘bafles’ a los parlantes, ‘bluyines’ a los jeans y ‘ropa sport’ a la ‘ropa informal’ va en decrecimiento. Hay cosas que celebro… Las trabajadoras domésticas cambiaron de ‘muchachas’ a ‘empleadas’. Mejor poner un e-mail, que un télex, telegrama o marconi.

Como es usual el espacio se va extinguiendo, aunque de seguro quedan muchos otros anacronismos verbales por dejar consignados antes de que desaparezcan. ¿Se les ocurre alguno?

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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