Desde el sábado abundan las querellas alrededor de los 10.000 impúberes que atiborraron Corferias detrás del youtuber austral Germán Garmendia. Según sondeos, la mayoría de visitantes regulares, autores y editoriales expresó descontento.
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Infinidad de compradores cedió su lugar a las groupies del santiaguino. Por vez primera en tres décadas, las entradas se agotaron. Dudo que aunar las fuerzas de Fernando Vallejo, Juan Gabriel Vásquez, William Ospina y de cada conglomerado detrás de nuestro star system cultural hubiera posibilitado tamaño gentío. “Será volvernos youtubers” fue el consenso irónico entre el gremio. Otros esgrimieron el clásico “¿hasta dónde hemos llegado?”.
Entendible. Antecedentes de intelectuales indignados con presuntos intrusos abundan. Manoseado está el chiste de que un secuestro por manos guerrilleras constituye el mejor taller de escritura, en tanto los plagiados abandonan la selva directo hacia las oficinas de Planeta. Y sí… muy triste habitar un país en el que el hito editorial reciente en materia de ventas lo constituye Mi confesión, de Carlos Castaño.
Estupendas noticias para Corferias y Random House, megacorporación que gracias al chileno debió embolsillar en sus acaudaladas arcas una cantidad que seguro multiplicará por mil la totalidad de ingresos de un escritor nacional promedio durante una existencia longeva, incluido este inmodesto e ilíquido servidor.
Pero no tan buenas para la Cámara Colombiana del Libro o sus abonados. Bastaba contemplar los pabellones semidesolados, el rostro magro de muchísimos libreros y su contraste dramático con las hordas que serpenteaban en inmediaciones del Centro Antonio Nariño, cual jauría de gallinas sobreestimuladas.
Pese a que no destinaría ni 15 minutos de mi vida a los escarceos videográficos de ‘Hola, soy Germán’, debo decir que hasta donde he visto su perorata no hace mal ni incita a prácticas zoofílicas, delincuenciales o malintencionadas, por más que el título de su libro, Chupa el perro, aluda a una dinámica felatoria.
Sin duda una FILBo con récord de hacinamiento no es necesariamente sintomatología asociada a incrementos en aquello a lo que los estadígrafos llaman “población lectora”. Si bien preferiría que fuera Vallejo (una voz algo más lúcida) quien aglutinara semejante personal, Garmendia llegó a donde está por sus méritos. Autopromocionales e inflados, quizá. Pero méritos son méritos… Me indignó mucho más que tantos feligreses ‘garmendianos’ interrumpieran el recital de Ship (leyendas del rock local) con su innecesaria súplica de “¡queremos a Germán!”.
Las lógicas de consumo van cambiando. Si se trata de consideraciones comerciales, sin duda el mercadeo siempre primará sobre la calidad. Ya hubo asomos un año atrás, cuando Juan Pablo Jaramillo hizo tambalear el recinto ferial. Lo anterior, antes que quejas, debería desatar quizás un replanteamiento de las estrategias de mercadeo detrás de dicha industria y del escritor como figura y entertainer. ¿Qué tal si antes que andar preocupándonos por guillotinar al youtuber examináramos qué es aquello que, al margen de la maquinaria corporativa detrás de su lanzamiento, lo convierte en una figura con tan envidiable torrente de seguidores? La experiencia, antes que decepcionante, resulta ejemplarizante: a todo creador lo asiste el derecho a jugar a la figura pública o al ermitaño. Pero de darse el segundo caso, dicha postura le arrebata el derecho a cualquier queja por impopularidad o escaso impacto. Hasta el otro martes.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.