Cabos sueltos

Por: Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

Habría que hacerles unos mocasines fusionados con unos Crocs. Podría ser un invento que evite sus papelones en un campo de juego. En mis tiempos –cuando uno comienza a usar la expresión “en mis tiempos” es porque uno ya entiende que no vale celebrar el cumpleaños porque es estar, inexorablemente, 365 días más cerca de la muerte– los guayos eran negros y los cordones de los guayos eran larguísimos. Debían medir como 30 centímetros de lado y lado. Y uno, emulando a Barberón cuando esperaba en la línea de cal antes de un partido, tomaba los dos extremos para atarlos alrededor del tobillo, haciendo una doble vuelta, y luego del ritual, anudarlos y salir con el ego arriba, porque era toda una técnica de profesional.

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Más tarde, con Platini o Maradona, encontré una variante: algunos cracks, para que la lengüeta del guayo cubriera el corredor del empeine, tomaban los cordones y empezaban a enrollarlos por debajo del zapato, haciendo las vueltas que iban en el tobillo sobre la base del zapato y terminando en la parte de arriba del pie donde, por supuesto, se hacía un fuerte nudo y claro, se aseguraba la lengüeta.

No sé si el calzado deportivo ha cambiado y ya no sea tan sencilla la técnica que nos enseñaron desde la niñez y que es de esas cosas que nunca se olvidan, como montar bicicleta o hacerse el nudo de la corbata. No sé si es que, como pasa con algunos zapatos, hay unos que, más allá de lo fuerte que los amarremos –porque terminamos es amordazando el pie por cuenta de la fuerza bruta que le metemos al nudo– están condenados a desatarse solos.

Hoy quise hablar de esto, que puede parecer una tontería, pero no lo es tanto: debido a las cintas de los guayos sueltos, en la última semana se gestaron dos goles. Los cómplices de que alguien los haya gritado en algún lugar del mundo fueron las benditas agujetas.

El sábado pasado Arrechea, defensa del Pasto, se lanzó a agacharse para meter dentro del ojal sus respectivos cordones y luego anudarlos. Pasó cuando Santa Fe atacaba sobre su posición, la de defensa centro, más allá de que la jugada parecía ser un inocente saque de costado.

Con el pecho hinchado de autoconfianza, el defensa se inclinó para tal fin y, como es obvio, lo durmieron: mientras él hacía nudos de marino en sus propio calzado, Santa Fe se avispaba sacando rápido, enviando un centro para Seijas que, en la posición que debía ocupar Arrechea, marcaba el 1-0 a favor de los rojos en Bogotá.

El suponer que era apenas un hecho aislado me hizo imaginar que lo de Arrechea era una simple anécdota, pero alguien fue capaz de superar ese propio récord de la disipación mental: el fin de semana jugaron en la B argentina los equipos Juventud Unida, que venció 2-1, y Nueva Chicago.

El club visitante empató porque el Juventud apenas tenía nueve hombres en cancha, pero no había recibido expulsiones. Dos de sus hombres de marca estaban amarrándose los guayos.

Estamos en 2016. Es fútbol profesional, pero no importa el grado de competencia: a veces se sueltan los cordones.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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