Silla ocupada

Por: Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

Saben cuándo callar, cuándo joder, cuándo lanzar un apunte adecuado y cuándo reírse con el resto de la gradería; obvio, por supuesto logran hacer reír a una tribuna entera con alguna salida.

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También saben guardar silencio si es que el ambiente no está para bromas. Son respetuosos pero si pasa algo y hay que irse a los golpes, también ponen la palidez de su cara y la velocidad de sus piernas para salir corriendo porque entienden que no hay golpes que puedan atajar la cobardía propia. Son los compañeros de estadio.

No sé si haya un lugar en la sociedad futbolística más digno que ese. Uno lo ha ocupado y alguien también ha ocupado ese lugar para uno, sin importar que la visita al estadio englobe un partido, incluso, en el que el equipo propio no esté jugando. El plan es ir al estadio. Obvio, la cosa suena mejor si el club de los amores que hace padecer y llorar, que colabora en tener un remate de domingo alejado de las crisis depresivas, está en el campo. Pero el caso es que siempre es clave contar con un aliado en la tribuna.

Es gente buena, de oro, con códigos, que se molesta profundamente cuando el chino imbécil de 12 años se sobreactúa en la tribuna e insulta a cualquier jugador, simplemente por sentirse alguien de valor en su grupúsculo. O repudia al que, como si tuviera un resorte en el culo, se levanta y no deja ver el partido ni a él ni a los demás. Y lo manifiesta, callando al taradito puberto o agarrando de la camisa al petardo que no hace sino levantarse hasta para celebrar un saque lateral.

Porque también alguna vez nos tocó ir acompañados al estadio con esos hinchas exageradísimos y que no se callan un solo instante. Que se sienten entrenadores y tienen complejo de Cristiano Ronaldo porque creen que todas las miradas son para ellos y sus ocurrencias, desconociendo que la gente no fue a verlo a él sino a  ver un partido de fútbol. Son los mismos que con voz destemplada, con el método “maestro Longaniza” del Chavo del 8, lanzan un grito sin timming en la gradería para alentar al club, o para pedir la cabeza de alguien, justo cuando el resto está en silencio viendo el juego. Son esos que dan pena ajena.

La vida hace que vayamos decantando esas compañías hasta llegar a los tipos sensatos y maduros con los que siempre quisiéramos estar sentados viendo fútbol en vivo. Hoy me acordé de uno de esos vecinos de silla infaltable: Gregorio Peñaloza, hincha furibundo del América. Tenía esa extraña capacidad de pronosticar lo que iba a ocurrir en la cancha, mientras íbamos haciendo la fila para entrar. Y terminaba ocurriendo, como si él ya hubiera visto ese partido que aún no había comenzado.

Ayer hablé con Gregorio, después de que hace unas semanas ingresara a una clínica sin tener la certeza de que saldría vivo de ella. Fui feliz al oírlo de regreso. Sé que pronto volveremos al estadio.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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