Opinión

Asesinos y sus jueces

Andrea Padilla Villarraga. Estudiante de doctorado en Derecho de la Universidad de los Andes, vocera en Colombia de AnimaNaturalis Internacional. andreap@animanaturalis.org #PorLosAnimales

En menos de diez días tres animales silvestres fueron asesinados en Colombia: dos osos de anteojos, residentes de parques naturales (Chingaza en Cundinamarca y páramo natural de Pisba, en Boyacá), y un perro de monte, cuya horrenda muerte se produjo en Cali (Valle del Cauca). Los tres eran seres con capacidad de sentir y habilidades sociales, emocionales y cognitivas únicas y sorprendentes, cuyos intereses más primarios, como los de cualquier mamífero, incluidos los humanos, eran los de conservar su vida, vivir dignamente y no sufrir.

El primer oso fue cazado a bala. El segundo, presa de una trampa y degollado. El perro de monte fue martirizado y matado a golpes en medio del disfrute de sus torturadores, quienes no ocultaron sus rostros en las fotografías que subieron a redes sociales vanagloriándose de su hazaña. Los responsables de estas tres muertes violentas y dolosas ya fueron identificados.

Pero aquí es donde la justicia colombiana echa leña al monte de la rabia y la indignación: un juez de control de garantías dejó en libertad al asesino del oso de Chingaza por considerar que no es un peligro para la sociedad. Es decir que usted y yo somos tan inocentes e inofensivos como un tipo que anda armado y matando a bala a seres indefensos.

El juez que tomó esta decisión sencillamente obvió la existencia de la nueva ley que crea el delito “contra la vida y la integridad física y emocional de los animales”. Al matón de osos le cabía la pena máxima, pecuniaria y privativa de la libertad, por este hecho, más un par de circunstancias de agravación punitiva –la de sevicia en particular– y la correspondiente por los delitos contra los recursos naturales y el ambiente. Las mismas aplicarían para los asesinos del segundo oso y del perrito de monte. Todos deberían pagar. Ningún “animalicidio” debería quedar impune.

Ante estos hechos y la impunidad que galopa sobre las vidas de los animales, me pregunto lo mismo que seguramente miles de colombianos ofendidos por la justicia mediocre y culturalmente pobre de nuestro país: ¿qué representa un peligro para la sociedad, si no una persona que encuentra normal tener un arma de fuego e ir tras un ser que vive su vida apaciblemente para matarlo por mero deporte?

Creo que no solo el matón, sino jueces como este, son un peligro para la sociedad. El primero por acción, el segundo por omisión. Ambos, igualmente ciegos ante el valor de la vida.

(Taurinos, galleros y demás empresarios del dolor animal: no veo la diferencia entre el arma de fuego que mató al oso, el cuchillo que degolló a su congénere, la tortura que suplició al perro de monte y sus peripecias con toros, gallos y otras víctimas de la indecencia).

La semana pasada escribí sobre algunas dificultades de contenido y procedimiento que aquejan a la nueva ley que penaliza conductas relacionadas con el maltrato a los animales. A la luz de estos hechos, creo que el principal obstáculo para su implementación será la pobreza mental y cultural de algunos operadores del sistema de justicia.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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