De McDonald’s han hablado pestes, más que si fuera un político. Que su comida tiene tantos ingredientes artificiales que no se pudre, que a la vacas las alimentan con sondas para que puedan engordar más y sacarle más carne, que utilizan glutamato monosódico. A mí me dicen que estoy comiendo glutamato monosódico y me asusto, pero resulta que es un tipo de sal usado en la industria que potencia el sabor de las comidas. Y aunque se le ha relacionado con problemas de fertilidad, cerebrales y de peso, la verdad es que hasta ahora ningún estudio científico ha podido comprobar nada.
Es que hay gente que cae parada. Usted le queda debiendo plata a alguien y no le vuelven a soltar ni una moneda de 500 pesos, pero McDonald’s ha sufrido demandas de sus empleados porque no les reconocen la hora que utilizan para almorzar, y hasta le hicieron un celebrado documental en el que un tipo se alimentaba exclusivamente con sus productos durante un mes y aumentaba dramáticamente de peso. Aún así, la empresa no va nada mal. Y aunque sus ventas han bajado, se habla de extravagancias como que vende 75 hamburguesas por segundo y que sus ingresos al año se acercan a los cinco mil millones de dólares.
Yo no tengo queja alguna contra la cadena. No puedo decir que me matan sus productos, pero comerse de vez en cuando una de sus hamburguesas, y en especial sus papas, son un placer, aún no sé si culposo. El problema viene cuando por una hamburguesa, unas papas y una gaseosa cobran 22.500 pesos, como se ve en la imagen. En un país como este, donde el salario mínimo subió apenas monedas, ese dinero por un plato de comida rápida resulta una fortuna. Porque estamos hablando de una hamburguesa que se produce en cadena, no de un producto gourmet hecho especialmente para el cliente. Aunque no me disgusta, la comida rápida siempre ha tenido algo de sospechoso, porque en la comida, como en la vida, las cosas buenas toman tiempo. Yo no he vuelto a McDonald’s no por lo malo que dicen de él, que buena parte es mentira, ni por el precio de su comida, sino porque cambiaron la mostaza. Esa que era oscura y tan fuerte que te hacía picar la nariz ya no está; ahora ocupa su lugar una que es aguada en consistencia, color y sabor.
Otra razón por la que puede estar costando tanto una hamburguesa es que la foto la tomé en el aeropuerto, y todos sabemos que en los aeropuertos todo es más caro. Se aprovechan de que uno ya está ahí metido y si quiere algo tiene que pagar lo que ellos pidan. De ellos hablaré en una columna por venir. Feliz año.
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