Columnistas

¡Todo cambia con los años!

Nos hemos acostumbrado a nuestro entorno, vemos la ciudad en la que vivimos, tal cual es hoy y cuando nos muestran imágenes de su historia y desarrollo quisiéramos, por momentos, haber vivido en aquella época.

El fin de semana pasado estuve en Medellín visitando a mi familia materna y mi mamá me contó algo que me hizo imaginar la infancia de mi abuela. Esperábamos un bus que pasa por una de las calles de Sabaneta, justo en esa esquina quedaba, hasta hace poco, un colegio en el que se educaron miles de antioqueños.

Este año fue reubicado, un poco más arriba en la montaña, pasó de ser un gran casa de esquina con un patio en la mitad a ser un espacio moderno, amplio y con la última tecnología. Ya saben, todo cambia y tiene que estar a la altura de las necesidades de esta generación.

Quise preguntarle a mi mamá por la manera en que mi abuela llegaba a sus clases a diario y la respuesta que me dio me hizo pensar en lo mucho que ha avanzado todo y en lo poco que reconocemos que a esos seres que tanto nos han consentido les tocó más difícil que a nosotros, los nietos.

Contaba que el bisabuelo tenía su casa en la cima de la montaña, más lejos de lo que mis ojos alcanzaban a ver, y que muy temprano en la mañana, mi abuela y sus hermanas tenían que caminar por trochas hacia la escuela. Para no mojar sus zapatos y dañarlos en medio del barro, preferían bajar a pie descalzo y lavarlos justo a la entrada, para portar el uniforme impecable.

Como todo era tan lejos y en esa época no existía el moderno sistema de transporte que hay hoy, era obligatorio levantarse varias horas antes para no llegar tarde a clases.

Así fue por años y años, sin quejarse, sin faltar, sin pereza y sabiendo que después de la larga jornada tenían que regresar a casa de la misma manera. Les juro que aún trato de imaginar el esfuerzo que la abuelita tuvo que hacer para aprender a leer y a escribir, mientras las nuevas generaciones se quejan porque el bus no los deja en la puerta, o la mamá no los lleva en el carro.

Prometí volver y sentarme con mi abuela la próxima vez que viaje a verla, para que me cuente más de su época, mientras su pelo blanco me recuerda que ha sido una mujer fuerte y valiente y que no en vano ha vivido casi 50 años más que yo.

Los invito a sentarse con sus abuelos. ¡Hay mucho por aprender!

¡Feliz fin de semana!

Encuentre más de Opinión aquí

Síguenos en Google News:Google News

Contenido Patrocinado

Lo Último