Opinión

Falacia achocolatada

Por: Andrés Ospina. Escritor y realizador de radio/ @elblogotazo

Como otros desinformados, incurrí en el delirio viral de obsesionarme con el Chocoramo esparcible, presunta Nutella muisca que hoy plaga muros de Facebook y puntas de góndola en supermercados. Comprensible. Asociamos Ramo a experiencias entrañables.

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Por ello el “feliz cumpleaños, amiguito” nos despierta mayor fervor que el “oh, gloria inmarcesible”, junto a la Regeneración y la Constitución del 86, otro discutible legado de Núñez. Ramo nos ha aplacado hambrunas, urgencias… antojos. El más popular del curso, en séptimo, era Daniel Restrepo, luego bajista de Marlohábil. Los envidiosos lo llamábamos ‘Maizitos’, dada su participación en un comercial del pasabocas.

Recuerdo cuando los vendían con sus pares: los Tostacos, y las descontinuadas Pafritas. Esto para no mentar las Limoncitas, el Gala, las colaciones, las Achiras Gol-o-Cines y todo un cosmos de suculencias pagables que me abstendré de invocar porque de lo contrario sería infomercial. Todos “¡del chiras!”.

Vuelvo al cuento: tras enterarme del particular y provocarme –como tantos borregos, a expensas de lo que la publicidad nos susurra– compartí mi ingenuidad vía Twitter: “El Chocoramo esparcible está demostrándole al país en pleno que aún somos capaces de unirnos en torno a una causa común”, dije. Me alborozaba suponer, basado en prejuicios positivos hacia Ramo, que este no contenía aceite de palma, responsable de menguas a la población ‘orangutánica’, por la que dejé de consumir –no sin dificultad– Ferrero Rocher. Fueron segundos y alguien más documentado me quitó el desvarío…

Por ella supe la verdad: el tal Chocorramo esparcible es una crema de cacao importada desde Canadá, producida por la multinacional de origen ibérico Natra Chocolate America, y luego envasada, etiquetada y ‘vestida’ como ya la conocemos. Lo anterior, se traduce –si es hay que traducirlo– en otra infamia propiciada por el TLC que, fácil es intuirlo, reduce empleos y favorece fuga de capitales. Hago la pírrica salvedad de que la Natra –tan ‘socialmente responsable’ ella– prometió que desde 2020 sus derivados de la referida palma serán 100% sostenibles. ¡Solo queda un lustro de depredación!

No quiero equivocarme ni obrar en descrédito de nadie. Repito: estimo a Ramo. Desconozco las condiciones ‘cacaoteras’ en Colombia. Quizá por aquí sea imposible elaborar la “pasta de la discordia”, algo que en sí mismo ya sería vergonzoso. Pero –aun contemplando todo posible escenario– lamento la escasa repercusión de las iniciativas de Ariel Armel, Talcual y demás mosqueteros del Boletín del consumidor, alrededor de nuestra cultura de compra. Durante la semana anterior cundieron selfies con el Chocoramo esparcible frente a sí, y debajo consignas estilo: “¡Te amo Colombia!” o “Ay, qué orgulloso me siento”.

Les ruego indulgencia con el mamertismo implícito. Pero a mí –que caí en lo anterior– me mortifica saber semejante insignia nacional a expensas de un imperio, que no es propiamente el de Willy Wonka. De corazón, me conduelo por Ramo y me pregunto lo que desde la eternidad pensará don Rafael Molano, su patriarca y fundador, fallecido hace solo once meses.

¿Qué sentirá al contemplarnos tragándonos el cliché del libre mercado y lo global… patrañas que el concepto de asimetrías pulveriza? Lo dice nuestro agro… destrozado por convenios idiotas. Lo claman los escasos haberes naturales que nos quedan… infectados por explotaciones irresponsables y gobiernos arrodillados. Termino con frase “de paquete”, estilo Ramo: Definitivamente… “¡estamos fritos!”.

«Vea la resolución que concede el registro sanitario al Chocoramo Esparcible» y apuntar AQUÍ:

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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