Opinión

Agua bendita

Por Andrea Padilla Villarraga. Estudiante de doctorado en Derecho de la Universidad de los Andes. Vocera en Colombia de AnimaNaturalis Internacional. Twitter: @andreanimalidad Correo: andreap@animanaturalis.org.

¿Quién no se estremece cuándo lee o escucha de fuentes científicas que la próxima guerra será por el agua o que en el 2050 (¡en apenas 35 años!) no tendremos agua potable para beber? Y no porque esté en riesgo nuestro derecho al agua (en Colombia, este es un derecho fundamental más o menos garantizado, lo que no ocurre para el 11% de la población mundial), sino porque el agua limpia se está acabando.

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El agua dulce es apenas el 3% del agua total del planeta y por falta de ella mueren cada año un millón y medio de niños. Sin agua, en tres días pereceríamos.

Lo inaceptable es que mientras los científicos evidencian la relación entre el agotamiento del agua y su deterioro progresivo por causa de la ganadería intensiva (¿recuerdan la tragedia de 2014 en Casanare?) las campañas que nos llegan del Gobierno son simples invitaciones a mitigar su desperdicio en la vida cotidiana: cerrando la llave mientras nos enjabonamos o usando la lavadora con el tambor lleno. Meros paliativos para una crisis de civilización.

Aceptando que lejos estamos de cambiar nuestro modelo depredador de desarrollo por iniciativa de Gobiernos de avanzada que no dan señas de querer meterle el freno de emergencia a sus locomotoras, la posibilidad más cercana de cuidar el agua está no en la lavadora o en la ducha, sino en nuestros platos.

¿Sabía que para producir un kilo de carne de bovino alimentado con granos se requieren 15.000 litros de agua, mientras que para producir un kilo de trigo apenas se necesitan 1500? Con otros alimentos, la comparación es pasmosa: para producir un tomate se requieren 13 litros de agua; para una papa, 25; para una manzana, 70 y para una rebanada de pan, 45.

Mismos parangones, igual de extraordinarios, podrían hacerse con casi todos los alimentos que no implican crianza y sacrificio de animales (industria ganadera, porcina, avícola, láctea), cuyo aporte al cambio climático es superior al de la industria mundial del transporte (18% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero, 37% de las emisiones de metano, 65% del óxido nitroso ). Además de ser la principal fuente antropogénica del uso de la tierra causante de la deforestación.

Y si a estas comparaciones le añadimos el hecho de que el 40% de grano que se produce en el globo es para alimentar animales (alimento que perfectamente podría destinarse para el consumo directo de buena parte del millón y medio de niños que cada año muere por desnutrición), la ecuación de justicia ambiental se convierte en una cuestión de justicia social.

Quizás no sea gratuito que la ONU haya fechado el Día Mundial del Agua el 22 de marzo, apenas dos días después de la celebración del Día Mundial Sin Carne. Sin embargo, esta conexión, que hasta ahora empieza a ser señalada tímidamente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), aún permanece en el registro de las “verdades incómodas”.

Una vez más es en nosotros, ciudadanos y consumidores del mundo, donde yace la posibilidad del cambio.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

 

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