No suelo votar, ya lo he dicho varias veces, pero el domingo me invitaron a almorzar a Usaquén y el puesto de votación me quedaba al frente del restaurante, literal. Así que fue pedirle la orden al mesero y dirigirme a la mesa donde estaba inscrito. Alguna vez había votado para poder acostarme con una mujer a la que la democracia le parecía lo máximo (lo logré), esta vez lo hice por hambre.
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Como aquella vez, en 2007, voté por Peñalosa. Y como aquella vez, Peñalosa perdió. Y no solo perdió, sino que quedó de último. ¿En qué estaba pensando yo para creer que un tipo que perdió dos elecciones para alcalde iba a lograr algo en las presidenciales? Y aunque había llegado con la intención de votar en blanco, porque la verdad es que ningún político me entusiasma, una vez me enfrenté al tarjetón no fui capaz porque para votar en blanco, mejor quedarse en la casa y no votar.
Derrota al margen, nadie esperaba que alguien ganara en primera vuelta, pero tampoco que Zuluaga quedara por encima de Santos. Eso no habla bien de nosotros, aunque de haber sido al contrario tampoco habríamos quedado bien parados. Además, vencer así, con el 60% de abstención de los votantes, no es ganar. Y no creo que la gente se haya quedado en la casa por flojera, sino que también está cansados de los hampones, los de ahora y los de siempre, que se postulan. Espérense a la segunda vuelta, que Colombia juega en el Mundial un día antes de elecciones, eso sí va a ser abstención.
Yo no me siento mejor persona por haber votado. Ya dije que no lo hice por convicción, sino por hambre. Y aunque perder no es agradable, en asuntos de elecciones es preferible que ganar, ya que puede uno quejarse con libertad, incluso con gusto, por lo mal que lo hace el candidato por el que no votó. Así que desde ya les advierto: voté por Peñalosa y perdió, así que me van a tener que oír la cantaleta estos cuatro años, hijueputas.
Por: Adolfo Zableh Durán/ @azableh
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.