Opinión

Balas contra el hambre

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Lo que yo veo es una guerra. Podrán parecer marchas por un lado y represión policial por el otro, pero en esencia es una guerra que llevamos décadas negando. Y de tanto negarla se nos salió de las manos. “Tensión social” la llamábamos, “Lucha de clases” incluso, cuando la verdad era que nos estábamos despreciando en silencio.  

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Antes de la pandemia el país venía en un ritmo impresionante de descontento y protestas, de pronto encerraron a la población durante más de un año y en ese tiempo su situación empeoró antes que mejorar. ¿Qué esperábamos que pasara entonces? ¿Qué esperaba el gobierno? ¿Que la gente se calmara sola? ¿Que le tuviera tanto miedo al virus como para olvidarse mágicamente de sus problemas?  

Hay quien asume que la gente que protesta sale de debajo de las piedras, o que es fabricada en un laboratorio, y no que está aburrida de la vida, cansada de vivir en un país como este. Creen que las personas marchan porque tienen ganas de joder, y que en realidad no hay razones para alzar la voz. Están convencidos de que el que protesta es porque quiere, así como el que es pobre es también porque quiere.  

Y no digo que no haya infiltrados, fuerzas oscuras interesadas en desestabilizar y sacar provecho del caos, pero es que desde el oficialismo han querido ponerles a todos, pacíficos y violentos, el barniz de delincuentes, de enemigos del estado. Y lo que han logrado con eso es darse licencia para disparar y arrestar a placer, eximiéndose de cualquier responsabilidad. La violencia de la policía hacia los civiles es inaceptable, así como la de los civiles hacia la policía, que esto es de parte y parte así haya disparidad de fuerzas. Solo en la noche del martes en Bogotá hubo 91 heridos (72 civiles, 19 policías) y ataques a 25 CAI, en uno de los cuales trataron de quemar vivos a 10 policías. Todo muy salvaje y sospechosamente coordinado. 

Es innegable que a la institucionalidad hay que respetarla, que se necesita orden y que no se puede ir por ahí destrozando todo porque sí. Pero hay que entender que esto no es gratis, que en Colombia la vida cada vez es más precaria. Cada vez hay más atropellos, acompañados de menos empleos y peor remunerados, mientras otros progresan a costa de la miseria ajena. Al ver en internet los videos de agresiones policiales durante las protestas queda la sensación de que a las fuerzas las arman es para proteger la institucionalidad, que está enferma. El estado no provee de educación, salud e infraestructura de calidad, pero para dar bala sí está bien equipado. Y además equipara la fuerza ciudadana con la institucional: atacar con una piedra amerita un balazo; así, justicia exprés. No hay proceso ni juicio ni castigo; bala directamente. Apoyan a la fuerza pública porque es la que los mantiene montados, y ante más débil la institucionalidad, más represión. No hay de otra. 

Al gobierno nunca le han importado los ciudadanos, y como sabía la que se venía, salió con el cuento de que no marcharan porque los querían a todos vivos y bien. Llevan doscientos años abusando de la gente y salen ahora a posar de preocupados y a decir que el paro es un atentado contra la vida. Y aunque los actos de vandalismo y saqueo no ayuden, son el reflejo del descontento general; un estado disfuncional produce ciudadanos disfuncionales, la dura y perfecta lógica de la vida. 

Ya anunciaron que retiraban la reforma tributaria, pero no es suficiente porque ese no es el problema. El problema no es solo de ahora y consiste en que la gente pasa hambre y ve sus sueños morir mientras no encuentra la salida ni la mejora. Igual, con reforma o sin ella ya encontraran los gobernantes la forma de sacarnos más, de exprimirnos por otro lado. Siempre la encuentran. 

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