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Indígenas lloran a sus muertos víctimas del conflicto armado en el país

Los indígenas han estado en el ojo del huracán al convertirse en víctimas de los grupos armados al margen de la ley.

EFE

Cuando enterraron a José Huberth Tumbo, el cielo se cerró de golpe y rompió a llover. Pareciera como si el clima le diera la razón al pueblo nasa, que rechaza la violencia que acabó con la vida de este joven indígena encontrado el pasado martes en Argelia, en el suroeste.

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Indígenas lloran a sus muertos víctimas del conflicto armado en el país

José Huberth, un joven nasa de 21 años, quería ganar algo de plata para construirse una casa propia en el resguardo indígena de Pueblo Nuevo, en el departamento del Cauca. Por eso partió hace unas semanas a Argelia, a unas seis horas de allí, donde muchos jóvenes trabajan «raspando» coca o con cualquier otro jornal.

«Nosotros como somos pobres indígenas, mi hijo salió a trabajar», relató a Efe su padre, Gonzalo Tumbo, durante el entierro en Pueblo Nuevo. El joven acababa de terminar el servicio militar.

Su cuerpo fue encontrado junto al de otro joven, Luis Huberth Camayo, también del mismo municipio, el pasado martes, con disparos de fusil en la cabeza y esposados en el corregimiento de El Plateado, una aldea del convulso municipio de Argelia.

Una tumba fuera del camposanto

José Huberth reposa ahora en la ladera de un cerro, a pocos metros de la casa familiar, fuera del cementerio donde ya no queda espacio, y para sentirlo más cerca y evitar que su nombre caiga en el olvido, explica uno de los mayores de la comunidad, Mariano Peña.

A la «siembra», como denominan al entierro, acudieron más de un centenar de personas que primero velaron el féretro en la casa para luego salir en procesión, escoltados por los mayores y médicos tradicionales, que iban echando agua a su paso para armonizar un terreno manchado por la violencia.

El hermano de José Huberth Tumbo, callado y taciturno, recibía a los familiares y amigos que portando velas se acercaron al altar y al féretro del fallecido, para alumbrarle así el camino y su proceso de transformación. Los nasas no mueren, trascienden, según su cultura, que para estos actos fúnebres se mezcla con ritos católicos como la misa de rigor.

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El último adiós fue en nasa yuwe, la lengua de este pueblo, antes de que el féretro descendiese a la tierra y el cielo se cerrase de golpe, ocultando el sol que acompañó la jornada y rompiendo a llover.

Un chico disciplinado y alegre

Quienes lo conocían, describen a José Huberth como un chico disciplinado, tenaz y alegre, que tenía sueños y quería conseguirlos. Cuando era más pequeño, caminaba cada día una hora para ir al colegio, desde su casa en la vereda (aldea) al municipio.

«Normalmente al colegio llegan 60 estudiantes y terminan el bachillerato 20 ó 25 máximo. Entonces el que él se haya graduado es un logro muy grande para nosotros los profesores«, explica a Efe quien fuese su profesora de Ética y Valores, la monja Irene Velásquez.

«Lo que él empezaba, lo terminaba», insiste la monja durante el sepelio. Cuando acabó el bachillerato, se dedicó a las labores agrícolas propias de la zona, el café y la cabuya, pero, tras el servicio militar, decidió marcharse a probar suerte fuera del resguardo indígena, como tantos otros jóvenes.

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