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El drama que viven pobladores de Providencia

No tienen en dónde vivir, ni en donde resguardarse

EFE

Centenares de habitantes de la isla colombiana de Providencia que perdieron todo por el paso del huracán Iota emigran a diario a la de San Andrés mientras los que no pueden hacerlo buscan refugio en la iglesia principal, de las pocas construcciones que dejó en pie la fuerza de la naturaleza.

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Los providencianos, cuya vida cambió radicalmente en la madrugada del pasado lunes cuando el huracán se abatió sobre la isla, la segunda en tamaño del archipiélago que conforma con San Andrés y Santa Catalina, son evacuados en vuelos humanitarios de la Fuerza Área Colombiana (FAC) que parten a diario del aeropuerto El Embrujo y aterrizan en el terminal internacional Gustavo Rojas Pinilla.

La solución encontrada por los lugareños tras el embate de Iota que los dejó sin viviendas es pedir albergue en casas de amigos y familiares que viven en San Andrés, donde el ciclón causó menos estragos.

«Mi hija tiene 16 años y tiene un problema de escoliosis, tenía dos años de haberse operado la columna vertebral y tiene que estar bajo control. Me tocó mandarla a San Andrés porque ella no puede ayudarse en nada y no tenemos médico, no tenemos hospital, mi hija no puede estar aquí», dice a Efe Ángela Contreras.

La vivienda de Contreras se fue al piso cuando el huracán de categoría cinco pasó por encima del único departamento insular de Colombia.

Contreras, su esposo -que seguía desde el celular el avance del huracán- y su hija alcanzaron a refugiarse en el baño de la vivienda, el lugar que fue menos afectado porque tenía un techo de concreto.

«A mi hija la envié a San Andrés con algún pariente que me la cuide mientras nosotros tratamos de reconstruir la casa. La gente que tiene sus hijos menores tiene que tratar de evacuarlos a la otra isla hermana para que los niños puedan tener todo lo que es medicina o alimentos, y tener una ayuda mental porque la verdad es que sicológicamente quedaron enfermos», advierte Contreras.

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LA VIDA EN UNA MALETA

Los isleños que comenzaron su éxodo hacia San Andrés y otras regiones del país empacaron su vida en maletas que cargan con los pocos elementos que pudieron rescatar de los escombros a los que quedaron reducidas las construcciones de Providencia.

Hasta el aeropuerto El Embrujo llegó Jenny García a despedir a su hija mientras ella se queda en Providencia para tratar de reconstruir «aunque sea un cuarto» en el que pueda pasar la noche sin mojarse cuando llueva.

«Estoy mandando a mi hija con las otras hermanas que están en San Andrés porque a mí me toca quedarme para solucionar cualquier cosa de la casa porque si uno se va no hay quién se ocupe de lo suyo. Mi casa quedó en el piso, perdí todo, absolutamente todo, no quedó nada», narra a Efe.

Los isleños hacen filas en las afueras del pequeño aeropuerto donde esperan la llegada de los aviones que salen desde San Andrés cargados con ayuda humanitaria y vuelven llenos de damnificados o enfermos.

DORMIR EN CARPAS

Las opciones para quienes se quedan en la isla no son muchas: pasar la noche bajo carpas distribuidas por el Gobierno, hospedarse con algún vecino cuya casa haya quedado menos destruida o permanecer a la intemperie.

Dormir bajo una carpa es un lujo que no muchos se pueden dar hoy. Algunas de ellas fueron instaladas en la iglesia Nuestra Señora de los Dolores, en el centro de la isla, que aunque fue destechada resistió la fuerza del huracán.

Más de 100 personas estaban alojadas en un salón comunal de la parroquia pero tuvieron que ser ubicadas en otros lugares para evitar focos de contagios del coronavirus y así fue como la parroquia se convirtió en un refugio.

«La iglesia se ha convertido en un albergue y tenemos familias instaladas ahí. Nos trajeron unas carpas y logramos ubicar como diez aquí en la iglesia para distanciar (a) las personas», explica a Efe el sacerdote Benito Hufffington, quien con la ayuda de los isleños había reconstruido el templo hace 25 años.

El sacerdote cree que la reconstrucción total de la iglesia, en la que cabían sentadas unas 500 personas, puede tardar varios años porque, según dice, entiende que la prioridad del Gobierno es ayudar a arreglar las viviendas y restablecer los servicios de energía y comunicaciones interrumpidos desde el paso de Iota.

«Llevo 31 años trabajando con esta comunidad, con los isleños, y se nos vino este desastre y puso a todo el mundo en postración porque la destrucción es total, no es parcial. El 99 % de las casas está en el piso y sin techo, de manera que (no hay) nadie para ayudar a nadie», detalla Hufffington.

Quienes encontraron refugio en la iglesia regresan durante el día a sus viviendas para terminar de limpiar el desastre que dejó Iota y en la noche llegan incluso con bebés en brazos para dormir en el lugar que antes era de oración.

El sacerdote entiende las necesidades de la comunidad porque él mismo vio cómo el huracán se llevó el techo y derrumbó parte de su propia casa, una tragedia de la que dice «nadie se salvó».

«Estaba con tres religiosas y cuando se llevó todo el techo nos tocó refugiarnos en un baño desde las once de la noche hasta la una de la tarde del día siguiente. Pasó el huracán y ahora tenemos que estar viviendo en los baños porque no hay dónde acostarnos, el agua viene y nos moja. La única parte segura es el baño y ahí dormimos todas las noches», enfatiza.

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