Uno oye hablar a Iván Duque y le parece un personaje tan particular que no entiende de dónde pudo salir alguien así. ¿Quién piensa de esa manera? ¿Quién es capaz de mantenerse impávido mientras de su boca salen palabras que no tienen nada que ver con el sentir de buena parte del país? ¿Dónde se consigue tal nivel de desconexión y cinismo? Luego oye hablar a María Juliana Ruiz, su esposa, la primera dama, y descubre no solo que están hechos el uno para el otro, sino que juntos representan a buena parte de Colombia, un país dividido por formas de pensar tan opuestas que parece una manzana partida exactamente por la mitad por una espada muy afilada.
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Y aunque él acapare el prime time con su programa sobre el coronavirus y ella hable muy de vez en cuando, un par de intervenciones suyas han bastado para deducir que no es gratis que estén juntos. Como cuando viajó hasta la Guajira y desde una ranchería Wayúu le hizo un “homenaje” a la mujer de esa región, homenaje que consistió en un video corto donde solo aparecía ella y en el que leía un guión sin gracia que no transmitía absolutamente nada. O la semana pasada, cuando en un canal nacional dijo cosas como que le temía más a la agresión ciudadana que a la represión policial, que los jóvenes tenían que ‘capitalizar el combo’ (¿qué carajos significa eso y cómo se logra?) o que las dificultades de su familia durante la pandemia no habían sido muy diferentes a las de la gran mayoría de familias colombianas (usó esa expresión, ‘Gran mayoría’). Es como si creyera que casi todo el país vive como ellos y que el gran drama durante estos meses no ha sido no tener con qué comer sino no poder irse de viaje.
A raíz de las declaraciones de María Juliana Ruíz se hizo nuevamente viral una foto tomada el día de la posesión presidencial donde ella salía con una agente de policía sosteniendo una sombrilla para protegerla del sol. La imagen es poderosa, habla por sí sola, pero no sé si se fijaron en el detalle de los pies, el derecho sobre el izquierdo, que coordinaba tan bien con la posición de las manos, la expresión de la cara y el vestido inmaculado. Todo tan refinado, más propio de la realeza que otra cosa, como si en vez de administrar pobreza en un país del tercer mundo, a ella y a su esposo los estuvieran coronando de por vida en una exótica nación europea.
Dudo de que Iván, María Juliana y yo congeniaríamos. No creo que de tener yo pareja fuéramos capaces de salir los cuatro en una doble cita, no existiría allí ningún tipo de lazo. Aun así, me causa curiosidad saber cómo serán sus conversaciones privadas. ¿De qué hablarán los dos en su habitación al final del día, que conclusiones sacarán? Pagaría euros por oírlos, por poder entrar en esas mentes que no logro entender.
Alguien me dijo hace poco que no se veían felices juntos, que quizá ya no se querían y que su matrimonio era más una fachada conveniente que otra cosa. Yo difiero, creo que están hechos el uno para el otro y que en ese aspecto tuvieron mucha suerte. El amor sí existe y ellos son prueba de ello; qué bonito es que la gente se quiera, que encuentre su alma gemela. Sé que no les tocó enamorarse en la era digital, pero cuando los veo tan compenetrados me pregunto en qué aplicación hubieran hecho match hoy Iván y María Juliana. ¿Tinder, Bumble? ¿Qué algoritmo los hubiera emparejado? Yo sí les deseo toda la felicidad posible porque el problema no es que estén juntos, sino que gobiernen. Pienso en ambos y más que en la presidencia me los imagino felices, bailando sobre una mesa de Andrés carne de res. Ese debería ser su lugar en el mundo, tomar mandarinos en un restaurante famoso y no decisiones desde la Casa de Nariño.