PUBLICIDAD
Aunque se han logrado cifras como la recaudada por la Donatón por Bogotá de $51.696 millones, para que 350.000 familias de escasos recursos tuvieran un ingreso mínimo para cubrir sus necesidades en cuarentena, ayudar a quienes más lo necesitan muchas veces trae más dudas que certezas: ¿Recibirán estas ayudas los más vulnerables?, ¿qué métodos son más efectivos para hacer donaciones?, ¿qué pasa si dono dinero y lo invierten en otras cosas?
Sergio Henao, docente del programa de Filosofía de la Universidad El Bosque, explicó en diálogo con PUBLIMETRO cómo enfrentar el miedo que genera ayudar a otros en medio de esta coyuntura.
Uno de los temores más grandes a la hora de donar es en manos de quién caerá este apoyo. ¿Qué decirle a una persona que quiere contribuir, pero siente miedo de hacerlo?
Mi primera recomendación sería que las donaciones sean lo más directas posibles. Siempre hay alguien cercano a nosotros que necesita ayuda o un negocio local que conocemos que se halla en riesgo de quiebra. Hay principalmente varias razones políticas para afirmar recomendar que los apoyos sean lo más directos posibles: la primera es que lamentablemente nuestras instituciones, entre más grandes, tienden a ser más corruptas; la segunda es que entre más voluminosas sean las donaciones que recibe una organización, más difícil es la logística; la tercera es que las grandes empresas usan sus donaciones como una estrategia para aprovechar exenciones de impuestos, lo cual está bien en principio, pero es inaceptable que usen las donaciones de sus clientes para obtener estos beneficios tributarios porque finalmente no realizan ninguna contribución; la cuarta razón es que los funcionarios de las grandes organizaciones suelen usar donaciones para hacerse publicidad o para posicionarse políticamente y muchas veces esto puede ser diferente a los intereses de los donantes.
Mi segunda recomendación es procurar que la donación se realice en un tejido comunitario, como una solución alternativa al dilema de si donar a través de instituciones o donar de forma individual. Uno puede averiguar en las comunidades a las que pertenece qué iniciativas de cooperación ya existen, conocer las necesidades de las personas de estas comunidades o de otros y así promover la organización de iniciativas benéficas.
¿Qué puede hacer alguien que quiere colaborar en medio de una pandemia, pero su desconfianza es tan grande que insiste en hacerlo personalmente?
Coordinar donaciones a través de redes comunitarias o de instituciones confiables disminuye el riesgo de contagio. También podemos considerar aplicaciones tecnológicas que nos permiten realizar giros, donaciones y envíos. Es comprensible que muchas personas, apremiadas por la empatía y necesidades urgentes de los demás, sientan un fuerte impulso de salir a colaborar.
Hay que acatar las medidas de aislamiento social por una cuestión ética de cuidado de uno mismo y de los demás, pero también debemos aprender a gestionar autónomamente el riesgo. Los riesgos no se pueden evitar, pero se pueden reducir siendo precavidos, procurando estar informados, teniendo los implementos de protección necesarios y aplicando los protocolos que se han socializado para manipular objetos, acercarse a personas y entrar a recintos. Aun así, por más que uno sea precavido, debe ser consciente de que es factible que se contagie; por eso también hay que tomar decisiones teniendo un plan claro frente a esa eventualidad. Me parece muy peligroso que la gente que cree que ser optimista o tener fe es ir por ahí creyendo que nada les va a pasar: eso es puro autoengaño e irresponsabilidad. Lo que nos enseña la vida permanentemente es que todos somos vulnerables. Una decisión ética crucial que todos tenemos que asumir es cómo debemos enfrentarnos al riesgo del contagio.
La prudencia depende en gran medida en la autonomía individual, pero se fortalece a través del diálogo y la comunidad. En este sentido, me parece fundamental que quienes decidan salir estén dispuestos a explicar sus razones con paciencia y claridad a las personas con las que interactúen. También tienen que ser muy sinceros con las personas con quienes tienen vínculos más estrechos: en una situación como esta uno tiene la responsabilidad ética de informar a las personas con quien uno convive y a las personas que se preocupan por uno cuáles son sus intenciones y movimientos. Eso también sirve para reflexionar sobre si es una buena decisión salir y si los protocolos son adecuados. Insisto: en este tipo de circunstancias debemos fortalecer nuestra pertenencia a redes comunitarias para corregirnos, inspirarnos y protegernos unos a otros.
Otra de las dudas al momento de entregar una ayuda, en especial dinero, es que no se garantiza que quien lo recibe lo vaya a destinar a lo que realmente es necesario. ¿Cómo actuar en este caso si se quiere contribuir con una ayuda económica?
Mejoramos nuestra capacidad de juzgar qué tan beneficioso es realmente donarle dinero a una persona en la medida en que conozcamos su situación particular. Eso se hace viable si podemos establecer algún grado de comunicación con ella y si hay alguna forma de encuentro con ella. La verdad es que no podemos tener certeza de que una donación va tener efectos exclusivamente positivos sobre la persona que la recibe, mas para juzgar qué tan prudente es el acto, es fundamental pensar desde el reconocimiento del otro. En términos prácticos, podemos estar tranquilos si nosotros, las comunidades o las fundaciones a las que encargamos nuestras donaciones, tenemos un conocimiento situado de los posibles beneficiarios y sus circunstancias.
Para este tipo de dilemas considero importante señalar que nos sería útil dejar de pensar las donaciones como actos aislados (de un instante) y empezar a pensarlas como servicios o compromisos (que se extienden en un lapso de tiempo). Pensemos en el ejercicio de la limosna: al depositar una moneda en el recipiente de quien la solicita, me desentiendo de él y de su futuro y, por ende, no tengo un marco para juzgar si le hago bien o le hago daño; quizás me imagino que le hago bien y me retiro con una satisfacción extraña que envuelve cierto aire de superioridad. Esta sensación es engañosa y peligrosa: la donación debería hacernos sentir la vulnerabilidad del otro como si fuera nuestra. La compasión no es lástima, es reconocimiento; y el reconocimiento genuino nos invita a involucrarnos con el otro a lo largo del tiempo, tratándolo como un igual, no como un inferior miserable, sino como ‘otro yo’.