Seguimos esperando que regresen a sus casas. Los colombianos que fueron con ilusión a presenciar un partido de fútbol terminaron protagonizando la historia de sus vidas, pero lejos de ser una fantasía o un cuento de hadas.
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Los que siguen allá esperan que el consulado colombiano en Argentina y la Cancillería los repatrie a su país, mientras los que ya volvieron agradecen estar en su tierra, pero recuerdan con terror su estadía por territorio patagónico. Hoy, lastimados, le cuentan a PUBLIMETRO una travesía que esperan no les toque repetir.
- Crónica | Los aficionados del Poderoso que pudieron regresar a Colombia relatan las torturas y el desprecio que vivieron en terreno gaucho mientras intentaban volver al país.
El viacrucis del regreso
Cristian Ramírez, viajó a Buenos Aires en compañía de 14 amigos con la ilusión de vivir 90 minutos apoyando a su equipo del alma en la mismísima Bombonera el pasado 10 de marzo. Lo que no sabía era que tras esos 90 minutos habría tiempo extra, en otro escenario.
Llegar a Buenos Aires y no recorrer sus calles no tiene mucho sentido para quienes inician la aventura de viajar por tierra hasta Argentina. Por eso, desde el principio Cristian y sus amigos definieron que se quedarían un par de días más conociendo la capital gaucha.
“Nosotros presenciamos todo el partido y nos quedamos seis días conociendo la ciudad como habíamos planeado. El 17 de marzo iniciamos el viaje de regreso y un día después como a las 8:00 p.m., llegamos a La Quiaca en la frontera con Bolivia”, recuerda reflexivo Cristian.
A su memoria llegan las imágenes de lo que sucedió cuando se encontraron con el paso fronterizo cerrado. Para entonces inició la cuarentena y 24 horas antes se estaban aplicando todas las medidas de restricción. “Por un día perdimos el paso”, la nostalgia se puede sentir a través de su voz, por lo que vendría para ellos después.
Cristian recuerda que ese fue el inicio de una ola de maltrato, abuso y rechazo. En total eran 15 personas que desde Buenos Aires habían tenido que separarse en dos grupos por la capacidad de los buses. Trece viajaron primero, mientras que dos de ellos esperaron a que saliera el siguiente bus.
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Sin embargo, los dos últimos nunca lograron llegar a La Quiaca, a 1803,5 kilómetros de distancia de Buenos Aires. Su suerte fue quedar atrapados en San Salvador de Jujuy a solo cinco horas por tierra de la frontera.
Rechazados, sin consuelo
Cuando se encontraron con la frontera cerrada intentaron buscar un hotel en donde pasar la noche, pero todo estaba cerrado. El acceso para las personas estaba prohibido por las medidas de la cuarentena. Eso los llevó a quedarse en la calle, en medio de la oscuridad y con el frío entre los huesos.
Los policías se obsesionaron con enviarlos hasta la frontera y obligarlos a que pasaran cueste lo que cueste, pero cada intento fallaba. “La policía cuando nos encontraba en la calle nos obligaba a bajar hasta la frontera en donde no hacíamos nada, porque nos devolvían de nuevo”.
“Estábamos ahí esperando qué hacer, cuando llegaron dos camionetas de la policía, nos dividieron en dos grupos y dijeron que nos iban a llevar a un centro de salud para hacernos las pruebas de coronavirus”, recuerda.
Cristian se enteró que al otro grupo sí lo llevaron al centro de salud, mientras que a él y a otros compañeros los volvieron a llevar hasta la frontera y en medio del pantano los obligaron a atravesar el río. “Nos tocó intentar pasar un río pantanoso bajo la lluvia, pero la guardia boliviana nos hizo un alto y nos dijo que si nos pasábamos ellos actuarían. Así que nos devolvimos y nos tocó escondernos de la policía en una carpa.”.
Al salir el sol, se encontraron con el otro grupo e intentaron juntos, una vez más, volver hasta la frontera, pero al llegar les dijeron que no podían pasar, que el acceso era solo para bolivianos. El repudio de ambas autoridades nacionales fue el pan de cada día para ellos, atrapados en tierra de nadie.
Como delincuentes
“Cuando nos estábamos devolviendo hacia el parque nos encontró la Germandería (la institución militar y fuerza de seguridad argentina) y nos trataron como si no quisiéramos cumplir con la cuarentena. Como nos vieron con los bolsos, nos insinuaron que estamos de ilegales. Les mostramos los sellos de ingreso a Argentina, pero no nos creían”, comentó.
“Aquí tenemos a 13 colombianos ilegales, ¿qué hacemos con ellos?”, se preguntaba la policía. Como si fuera un deja vu, otra vez los llevaron a la frontera solo para repetirles que Bolivia no los dejaría pasar. “Nos dijeron que debíamos llegar al parque a buscar un salón social, ni siquiera nos llevaron. “¡Lárguense para su país!”, nos gritó una señora tomándonos fotos afuera del salón ¡Pero eso era lo que queríamos y no nos dejaban, no se podía!”.
La mujer llamó a la policía y los sacaron de ahí, “nos patearon los bolsos, nos decían que ahí no podíamos estar y ya cansados nos quedamos en el parque”.
El ángel vestido de periodista
“Un periodista pasó por la noche, se llamaba Fernando. Nos preguntó qué pasaba y le contamos. Él nos ayudó a que nos dejaran alojar en una escuelita para no pasar una segunda noche fría en la calle. Como a las 11:00 p.m. nos pasaron para allá. Ahí estábamos bien porque tenía baño y cocinita”, recuerda con alivio.
Lejos de acabar su infierno, cada vez era más cruel. Los ciudadanos podían salir a comprar sus alimentos hasta el mediodía mientras que a ellos los tenían encerrados. “Nos dijeron que íbamos a tener una patrulla para cuidarnos de la gente que no le gustaba que estuviéramos allí. Pero no, lo que hicieron fue dejarnos encerrados y sin provisiones”.
Una vez más encontraron en el periodista la ayuda necesaria. Con su intervención lograron que les autorizaran que uno de ellos pudiera salir una vez al día a comprar alimentos, aunque todo debía hacerlo en tiempo récord: solo una hora.
El infierno en vida
Estuvieron 15 días en La Quiaca, la mayoría de ellos de un abuso policial constante. Entraban dos o tres veces al día a hacerles requisas, con armas. “Nos pateaban los bolsos y nos hacían desocuparlos todas las veces. Ni que fuésemos presos o que hubiésemos cometido un delito o un robo o un homicidio o un daño a la ciudad. Era un trato como a delincuentes, hasta que lo denunciamos a través de videos que se hicieron virales”.
“Cuando terminamos la cuarentena nos tomaron los exámenes y dijeron que al otro día nos íbamos para Buenos Aires porque la Embajada nos iba a repatriar. Sentimos una gran felicidad y salimos con esa ilusión de poder volver, pero al parecer eso era mentira. El bus no tenía permiso para transitar y la policía solo nos acompañó las primeras cinco horas del viaje, para luego dejarnos seguir solos”. Cuando llegaron a Jujuy y se encontraron con los que no habían podido llegar hasta La Quiaca, la pesadilla empeoró.
“En un momento nos apartaron a todos los colombianos y nos hicieron la requisa más humillante que alguien pueda vivir. Nos entraron de a dos, nos hicieron desnudar y poner la ropa en un lado. Yo me quedé en bóxer, cuando sentí un golpe durísimo en la espalda y me gritaron: “¡El bóxer también, le dije que era todo!”, recuerda. “Recibí dos golpes, mis otros compañeros recibieron muchos más, en los brazos, en los codos, todo por oponerse al abuso”.
Buenos (y mejores) Aires
Sin embargo al llegar a Buenos Aires, después de 22 horas de viaje, la Policía los recibió con un nuevo operativo. Los dejaron retenidos durante ocho horas dentro del bus, en el que viajaban venezolanos, brasileros, argentinos y peruanos. Ese día completaron 30 horas sin comer.
“Resultó que Migración ya se había enterado de las noticias que contaban que el gobernador de Jujuy había echado a los migrantes que estaban La Quiaca y ahí todo cambió. Nos dividieron y a nosotros los colombianos nos metieron en un hotel sanitario. Ahí el trato fue bueno”, reveló.
- Afortunados | Pese a la desesperanza, ellos cuentan la historia en pasado, mientras que otros siguen esperando que se resuelva su situación y poder volver a casa.
En ese hotel pasaron una nueva cuarentena, que según Cristian fue mucho más organizada y los tenían separados, les proporcionaban atención médica y la alimentación completa. “El consulado nos dividió en otros hoteles, pero fue a unos menos aseados y con menos comida. Después logramos el contacto con el gerente del DIM y ese señor fue el que nos ayudó a que pudiésemos regresar”.
El infierno culminó cuando pisaron Medellín, pero las memorias de la humillación vivida en la tierra del tango quedarán para siempre, aun cuando finalice la pandemia.
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