En las playas de la isla de San Andrés, un paraíso de Colombia en el Caribe, las olas devuelven botellas de plástico, chancletas, cubiertos y vasos de un solo uso que cubren la arena como evidencia de que algo está mal.
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Cada año se acumulan 25.000 toneladas de residuos en esta isla, la principal del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en cuyas aguas circundantes está la Reserva de la Biosfera Seaflower, que desde el año 2000 hace parte de la red mundial de sistemas protegidos por la Unesco.
La basura, generada por una industria turística que atiende a 1,3 millones de visitantes al año y por sus 85.000 habitantes, ha llevado al colapso ambiental a San Andrés, un territorio superpoblado de 26 kilómetros cuadrados.
«El problema del plástico es grave. No tenemos mecanismos para el retiro de los residuos sólidos y toda la basura generada en San Andrés se queda en San Andrés», explicó a Efe Roberto Hudgson, subdirector de Gestión Ambiental de Coralina, un organismo público que vela por el medioambiente en el archipiélago.
Hudgson agregó: «Con una isla tan pequeña no tenemos espacio suficiente. Por ahora todos los residuos sólidos que se reciclan se llevan al basurero municipal, el ‘Magic Garden’, aunque los que no se reciclan terminan en el mar».
EL REVERSO DEL PARAÍSO
El basurero municipal es el reverso del paraíso, una isla con playas de color turquesa y una cultura autóctona que los raizales -nativos de la isla, con ascendencia inglesa y africana y su propio idioma, el creole- mantienen viva en los barrios populares.
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Lizeth Arigan solía salir con sus hermanos a buscar árboles de mango y a divertirse en una zona boscosa cerca de su casa, en el sector de Schooner Bight, en el sur de la isla alejado del centro donde se concentran los hoteles, una imagen que ya no tienen.
Desde el patio trasero de su infancia se observan ahora dos colosales montañas de basura: pertenecen al ‘Magic Garden’, nombre del vertedero municipal que suena a ironía.
El relleno sanitario funciona a cielo abierto y al acercarse a su parte trasera, la única manera de observarlo sin acceder al interior, la piel empieza a picar y el olor de los residuos al descubierto contamina el aire.
«Los árboles no producen como antes, alrededor la contaminación es fuerte. Uno ya no puede salir de la casa y venir a buscar mangos o mamones, nuestros hijos no tienen esa oportunidad», explica a Efe Arigan, de 31 años, que creció al mismo tiempo que lo hacía el vertedero, construido hace 35.
UNA BOMBA DE TIEMPO
Arigan vive a diez minutos del ‘Magic Garden’ con su madre y sus hermanos, que denuncian desde hace años sus efectos nocivos en el vecindario. «Es una bomba de tiempo», comenta a Efe en el zaguán de su vivienda la madre de Lizeth, Rosaina Forbes.
La prensa local viene informando desde hace años de los incendios en el vertedero: «A veces eso prende y suelta unos humos muy fuertes, cuando eso pasa reubican a algunos vecinos unos días en albergues en otras partes de la isla por los problemas respiratorios», lamenta Forbes.
La mujer explica que además se ha encontrado en la casa «con ratas gigantes, con moscas y mosquitos que vienen de allá» y alerta de un aumento de enfermedades: «a mí hace unos meses me salieron unos brotes en la piel, se me infectó, pero los niños sufren de fiebres, infecciones…»
El vertedero también afectó al suministro del agua, escasa en la isla, porque antes los lugareños tenían «un canal que nos abastecía con agua de lluvia pero ahora el humo que echa eso cuando prende llega al techo de la casa y no podemos recogerla, nos toca comprarla».
PROBLEMA ENQUISTADO
En el año 2002 la Defensoría del Pueblo emitió una resolución sobre el ‘Magic Garden’ en la que alertaba de «la falta de voluntad política, local y departamental, para lograr una gestión ambiental que permita restablecer y mantener el equilibrio ecológico de la isla de San Andrés».
Una de las medidas tomadas para solucionar el problema fue la adquisición en 2011 de una costosa planta de generación de energía a partir de la incineración de los residuos sólidos del ‘Magic Garden’ que sin embargo está inactiva desde entonces, dijo a Efe o Hudgson.
Mientras tanto, las autoridades tensan la vida útil del vertedero que, según la Secretaría de Servicios Públicos del archipiélago, se proyecta «en unos tres años» gracias a «nuevos diseños y modificaciones».
UNIDOS POR EL PLÁSTICO
Ante la emergencia ambiental, la familia Arigan y sus amigos de barrio crearon la asociación Schooner Night Ethnic Association que capacitó a 12 jóvenes para que acondicionaran una planta donde separan, compactan y trituran residuos que recogen al visitar 30 hoteles y recorrer barrios de la isla.
«De las 80 toneladas que se acumulan en el basurero, un 40 % es aprovechable» y la asociación «solo evita que el 1 % de los residuos vaya a parar allí», detalló Arigan.
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