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Mercedes, la primera

Además de ser la única alcaldesa indígena que ha tenido su municipio, es la que más experiencia acumula en cargos públicos. Historia de una niña que siguió los consejos de mamá.

Antes de ser candidata a la Alcaldía de Silvia, Mercedes Tunubalá tuvo un par de sueños que le anticiparon el triunfo. El año pasado soñó que un exgobernador de su cabildo le entregaba un bastón de mando, que para los indígenas es símbolo de autoridad: “Cuando uno sueña que un difunto le regala algo, es un buen sueño. Yo sabía que tenía una gran misión”.

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El otro sueño fue a principios de este año. En un espacio lleno de cóndores, uno se le acercó a su mano como señal ineludible de un buen futuro. Meses después, la asamblea convocada por el Cabildo de Guambía definió por votos que Mercedes Tunubalá Velasco sería la representante de la comunidad misak en las elecciones locales. El 27 de octubre alcanzó la votación suficiente para convertirse en la alcaldesa de Silvia, por encima de cuatro candidatos hombres.

“Ni candidatas había habido antes. Ni siquiera una que no fuera indígena. Fui la primera candidata mujer y la primera ganadora”, dice Mercedes, a quien los misak llaman ‘mama’ como a todas las mujeres que han prestado servicio social en actividades administrativas del cabildo.

Silvia es un municipio de la zona oriente del Cauca, que creció recostado sobre la cordillera central. En su territorio conviven los pueblos indígenas Misak y Nasa, divididos en seis resguardos autónomos. También hay dos zonas campesinas y una zona urbana. En total, unos 35.000 habitantes.

Aunque cerca del 80% de su población se reconoce como indígena, fue solo a partir del cambio constitucional de 1991 que los resguardos empezaron a tener participación política. En 1995, el voto democrático le abrió camino al primer alcalde indígena en Silvia, el taita Álvaro Morales Tombe.

De ahí en adelante, la administración municipal se ha alternado entre mandatarios nasa y misak, que cada cuatro años se enfrentan y vencen a los aspirantes de la zona urbana. En esta historia de candidatos, urnas y elecciones, no había aparecido un nombre de mujer.

Mercedes Tunubalá nació en la vereda Campana, del resguardo Guambía, el 17 de noviembre de 1974.

Mama Mercedes siempre tiene las manos tibias. Si no las lleva cruzadas sobre el abdomen es porque las está extendiendo a alguien que se ha acercado a saludarla. Los gestos y palabras que recibe van lejos del fanatismo que suele despertar un alcalde en otra ciudad. Son puro amor y gratitud. “Mama Mercedes, me alegra que haya ganado, usted me representa”, le dijo una señora la semana pasada en la iglesia.

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Su cabello negro y lacio va suelto y adornado con el tampalkuari, sombrero que representa la filosofía de los misak: hijos del agua, cuidadores de la naturaleza. De su cuello cuelga un collar blanco, que alude a la pureza de la mujer. El anako, la falda que usa, fue tejido por ella misma. Su gesto más frecuente es una sonrisa que le achiquita los ojos.

“Nunca me habían llamado tantos periodistas como en estos días”, cuenta Mercedes entre risas. Con su bondad infinita, a todos les responde las preguntas que nacen del asombro que genera su condición de mujer, indígena y alcaldesa. Hay otras llamadas que no contesta en castellano: con su familia y con los misak, mama Mercedes habla en namtrik, que es su lengua original.

Silvia se mantiene como un pequeño lugar de paz en medio de las convulsiones del Cauca. En municipios como Toribío, Caloto y Corinto, norte del departamento, la amplia existencia de cultivos de coca mantiene viva la guerra entre disidentes de las Farc e indígenas, que son asesinados en la lucha por la protección de sus territorios.

Una tarde cualquiera, por las calles de Silvia se ven niños que salen de la escuela, mujeres que pasan hilando lana, perros callejeros que buscan algún sobrado de comida en los tarros de basura y unas pocas tiendas que ofrecen artesanías y abrigos. Al menos en las últimas dos décadas, el nombre de este municipio no ha encabezado noticias sobre masacres en Colombia.

La inseguridad, los hurtos y otras angustias citadinas son tan escasos que no hacen parte de las conversaciones cotidianas. El dueño de un hotel ubicado cerca del parque central cuenta que lo más peligroso de ese pueblo puede ser que un turista no lleve chaqueta y tenga que aguantarse el frío. De resto, todo permanece en calma.

En el censo que hizo el DANE en 2005, el 79,9% de la población de Silvia se reconoció como indígena.

A tres cuadras del parque vive mama Mercedes con sus padres, mama Julia y taita Manuel; su esposo Julián y su hijo Manuel, de ocho años. En casa, el café permanece tibio en un fogón de leña que mama Julia también usa para preparar sopas de maíz y verduras para el almuerzo. Por una ventana de la cocina entra y sale Pacha, una gata que encuentra su comida siempre servida en un plato debajo del mesón.

La primera habitación es una especie de muestra de quienes viven allí: en sus paredes cuelgan cuadros con fotografías de Mercedes cuando recibió su título de economista de la Universidad del Valle y su especialización en Proyectos de Inversión de la Universidad Libre. También hay fotos y diplomas de su esposo, de su hermano, del pequeño Manuel y de su hija Sofía, que tiene 18 años y vive en Cali. En una pared hay un solo cuadro que la ocupa casi toda: es una fotografía de Inés, la hermana mayor, que murió hace más de tres décadas en un accidente.

La nueva alcaldesa de Silvia nació hace 45 años en la vereda Campana, del resguardo Guambía. Allí pasó parte de su infancia sola, mientras sus padres participaban en las luchas por la recuperación de tierras que habían sido robadas desde la conquista española. Sus hermanos, todos mayores, estudiaban el bachillerato lejos de casa.

“En esa época sufrí mucho. Armé una casita de espedones y me acostaba a dormir a las cinco de la tarde por miedo a la noche. Tenía como ocho años”, recuerda mama Mercedes. Hasta hace un tiempo no podía contener las lágrimas cuando revivía su sentimiento de abandono. Una vez, en una conferencia en la Universidad Nacional, hizo llorar a todos los asistentes con su historia: “a partir de ahí como que me desahogué y se me quitó esa tristeza”.

En las calles, los silvianos se detienen para saludar a mama Mercedes.

Cuando los cuatro hijos estaban aún en la escuela, mama Julia los sentó en la cocina y les dio una lección que hoy repite en un español que no domina del todo: “les dije que estar sembrando papa y cebolla es muy duro. Trabajar es duro. Estudien para que algún día tengan para ustedes mismos”.

Ella y su esposo solo habían terminado un año de la primaria, así que el amor por el estudio era la herencia más grande que les podían dejar a sus hijos. Sin embargo, los cuatro muchachitos también aprendieron a trabajar la tierra, a coger la pala, a sembrar y a cosechar. El hombre, además, cargaba bultos. Las tres mujeres, además, hacían artesanías.

Mama mercedes terminó su bachillerato en un internado pedagógico de Almaguer, sur del Cauca. Su madre viajaba cada cuatro meses para visitarla y vender la cebolla que recogía en la finca. “La única posibilidad de empleo para las mujeres en Silvia era la docencia. Pero yo dije no, no quiero ser docente”, dice la alcaldesa.

A los 18 años y con su secundaria recién terminada ingresó como secretaria al cabildo y participó en la construcción del primer plan de vida de los misak, una especie de plan de desarrollo de la comunidad. Luego fue secretaria del Concejo y dio un salto a Bogotá, cuando el taita Lorenzo Muelas logró un puesto en el Senado después de que la Constitución contemplara dos cupos para senadores elegidos por las comunidades indígenas.

Tras completar siete años en la capital del país, Mercedes se animó empezar la universidad: “Quería estudiar algo que nadie más estuviera estudiando en mi comunidad”. Se ganó un cupo en la Universidad del Valle y se mudó a Cali con su pequeña Sofía. Siete años en esta ciudad le permitieron gestiones importantes, como la conformación del primer cabildo universitario.

De nuevo en Silvia, mama Mercedes ocupó varios cargos en el cabildo y en la Alcaldía hasta que su nombre fue el elegido en la asamblea como representante de los misak el 26 de julio de este año, un día antes de que la Registraduría cerrara el plazo para inscribir las candidaturas a nivel nacional. “Esa noche llegaron un poco de personas para ayudarme a construir el plan de desarrollo”, recuerda Mercedes.

En Silvia hay seis resguardos indígenas en los que habitan dos comunidades: Misak y Nasa.

Su campaña fue lo más corta posible. Tuvo solo tres meses para recorrer los resguardos, las zonas campesinas y el área urbana para compartir sus propuestas, que en ningún momento contemplaron la asignación anticipada de puestos en la alcaldía ni promesas inalcanzables.

El domingo de elecciones, durante el conteo de votos, Mercedes mantuvo la calma aun cuando otro candidato tomó la delantera: “Yo le decía a mi esposo que estuviera tranquilo, pues faltaba contar los votos de los resguardos y ahí estaba nuestra fuerza”. Y así fue. 419 votos de diferencia le dieron el triunfo. No es solo la primera mujer que conquista ese cargo en Silvia, sino la que más recorrido tiene en cargos públicos.

Mama Julia repite el consejo que le dio a su hija para esta nueva etapa: “Manéjese bien. Si alguna plata le llega, no vaya a estar haciendo mal. No esconda un peso”. Cuatro días después de las elecciones, el cura de la parroquia de Silvia, que también hace parte de la comunidad misak, ofreció una misa en honor a la nueva alcaldesa.

Al final de la eucaristía, varios fieles se acercaron a mama Mercedes para darle amorosos saludos. El cura le pidió que se tomara una fotografía con él frente al altar. Dos señoras que observaban la escena conversaron en voz baja.

-Sí que la quieren bastante, ¿no?

-Pues es que bastante se hace querer, ¿no?

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