Marco Gil Vela saca fuerzas para buscar al soldado que rompió a llorar al hallar entre los escombros los cuerpos sin vida de la hija y esposa de este fotógrafo mexicano, desconsolado por el dolor de la tragedia del terremoto del martes pasado.
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En una entrevista con EFe, Gil Vela asegura que aunque no eran de su sangre, el militar del 108 Batallón de Infantería lloró desconsoladamente cuando vio el brazo de la niña de un año, Sara Sofía y de la madre y compañera sentimental del fotógrafo, Samara, tras seis horas de arduo trabajo.
Las dos estaban en la casa de los padres de Samara en la comunidad de Chisco, en el municipio de Jojutla, el más golpeado del central estado de Morelos por el sismo de magnitud 7,1 en la escala de Richter, que hasta ahora ha dejado 324 muertos.
«Estaba en shock», cuenta este fotógrafo de bodas que este fin de semana publicó en su cuenta de Facebook una imagen de su tío, Salvador Kellerman, que capta el momento en que el soldado «se desmorona», porque «sentía mucha impotencia, mucha rabia» por no haber llegado a tiempo.
Los soldados «no son fríos, son humanos, se doblan, yo lo vi, ahí está la foto», apunta Gil Vela, quien publicó un mensaje para agradecer a ese soldado que arriesgó su vida bajo los escombros para que él pudiera despedirse de su esposa e hija.
«Desgarraste tu garganta y tus lágrimas brotaron como si hubiese sido tu propia sangre quien encontrabas sin vida», escribe en el emotivo mensaje.
Gil Vela cuenta que el soldado se llama Moctezuma Luis, un nombre de guerrero, pero que aún no ha podido abrazarle porque, según le ha explicado la Secretaría de la Defensa, sigue en vigor la operación de emergencia por el terremoto y hay gente que necesita de él.
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En esta historia, añade, hay otros héroes, entre ellos un albañil apodado «el Muerto», que orientó a los militares y su primo Zeus González, un luchador de artes marciales conocido como «el Invencible», durante las labores de rescate.
«Mi esposa murió abrazando a mi niña protegiéndola», y aunque no perdieron la vida «por aplastamiento, sí sufrieron muchos golpes», señala.
Samara «murió como guerrera y así quiero que la recuerden», comenta Marco, quien dice que «se ha tragado el dolor» porque quiere dar «un ejemplo de buena voluntad de cambio» y hacer de esta una «mejor nación».
«Peleamos por tonterías, pero el temblor no respetó color, raza, estatus económico», tampoco religiones ni delincuentes, narcotraficantes o políticos. El terremoto «agarró parejo», expresa.
Marco recuerda que estaba en una sesión de fotos de una joven de 15 años en Cuernavaca, la capital de Morelos, cuando se registró el terremoto, lo que le impulsó a viajar de inmediato a Chisco.
En el camino su cuñada le llamó para avisarle que la casa de sus papás se había colapsado con su esposa e hija en el interior.
«Se me quiebra el mundo, pero no pierdo la calma» porque tenía la esperanza de que fuera una exageración. «No tenía ni idea de la magnitud de todo» hasta que pidió a su cuñada que le enviara una imagen de la casa.
«Me impactó mucho, la casa estaba deshecha», y creció la desesperación para llegar inmediatamente, pero el tráfico era un caos y tardó más de tres horas y media, cuando el recorrido en situaciones normales es de solo 50 minutos.
Al llegar vio todo destruido con «una movilización increíble»: vecinos, familiares, militares, miembros de Protección Civil, perros husmeando entre los escombros.
«Esa sola imagen marcó mi vida», señala Marco, quien recuerda que se organizó una cadena de personas para quitar los escombros y en unas horas llegaron a los cuerpos, pero era demasiado tarde.
Marco dice sentirse tranquilo porque les dio en vida todo lo que pudo y un último adiós gracias al 108 Batallón de Infantería y a quienes participaran en el rescate.
Ahora es consciente de que debe ser fuerte para su hijo de tres años, Rafael de Jesús. «Es mi motor, mi fuerza y no es necesario que lo atormente con mis lágrimas». EFE
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