Como concejal de Valledupar, José Apolinar Arias, vino varias veces a Bogotá y conoció la ciudad. Pero jamás se imaginó que iba a vivir en ella durante 16 años.
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Apolinar vivía en el Resguardo Kankuamo de la Sierra Nevada. “Tuve que irme de allá por la violencia que comenzó desde el año 1995 por parte de grupos paramilitares. Varios de mis hermanos, amigos y primos murieron por el conflicto que se vivía. Por esto, decidí viajar a Bogotá en el 2000. Dos años después, traje a mi familia y nos reunificamos”.
De acuerdo a las cifras del 2016, la población Kankuamo registrada ante el Ministerio del Interior es de 25.600 habitantes, de los cuales solamente 13.000 permanecen en el territorio ancestral. El resto ha tenido que desplazarse a ciudades como Barranquilla, Bogotá, Santa Marta, Cartagena, entre otras.
Para Apolinar fue muy difícil vivir en Bogotá desde el primer día que llegó. “Estaba solo y en una situación de zozobra permanente porque sentía que me perseguían. Las condiciones de vida cambiaron mucho porque allá tenía una finca pequeña en la que cultivaba y vivía con mucha comodidad”.
José no es el único indígena al que le han sucedido estas situaciones. Los integrantes de los pueblos indígenas sufren diferentes tensiones cuando migran a las ciudades, como lo demuestra en su investigación, la magíster en antropología de la Universidad Nacional, Diana Granados Soler.
El antropólogo de la Universidad Nacional y profesor de la Universidad Javeriana, Mauricio Caviedes Pinilla, quien es codirector de la investigación, afirmó que “es un aporte novedoso para la antropología, pues casi siempre se ha estudiado la identidad del indígena desde su posición en el resguardo, liderando la lucha por las tierras y no desde otro contexto, como el de la ciudad”.
Para su investigación, Diana Granados recogió los testimonios de tres indígenas de la comunidad Nasa del Cauca durante dos años en los que tuvo diez encuentros con cada uno.
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Granados explica que uno de los objetivos de su investigación era “abordar una dimensión silenciada por la academia y los estudios sobre el movimiento indígena en el Cauca: las distintas posiciones de género y las tensiones generacionales en la construcción de la identidad indígena”.
Acostumbrarse a la ciudad
Cuando José Apolinar Arias llegó a Bogotá, otros familiares que ya vivían en la ciudad lo acogieron. “Comencé a organizarme y mi mujer que trabajaba en Valledupar sostenía el hogar y me ayudaba. Sin embargo, al reunificarnos, no teníamos empleo y nos tocó vivir del comercio de artesanías”.
Como Apolinar es administrador público, logró conseguir diferentes contratos de prestación de servicios. “Durante la Alcaldía de Gustavo Petro, trabajé en el Distrito. Sin embargo, con la llegada de Enrique Peñalosa perdí mi puesto y actualmente me encuentro desempleado. Vivo del rebusque y de vender artesanías”.
“En mi pueblo, la tradición es que las mujeres tejen, pero en Bogotá a muchos hombres les ha tocado aprender a hacerlo debido a las difíciles condiciones de trabajo que existen en la ciudad”, explica Apolinar.
Para José lo más difícil de Bogotá “es el transporte y la alimentación, ya que no conseguimos muchos de los productos que consumíamos en nuestra tierra. Allá consumíamos jugos naturales y acá a veces nos toca tomar gaseosas o bebidas embotelladas. Esto genera que mucha gente se enferme y hay varias personas jóvenes que se han muerto”.
Frente a la vestimenta Apolinar cuenta que “como fui dos veces concejal de Valledupar siempre tuve que vestirme con ropa citadina. Desde joven me han dicho José Mochila, ya que este objeto es un símbolo de mi raza y lo uso todos los días”.
Aunque nunca se ha sentido discriminado por ser indígena considera que “no me han reconocido mis derechos por ser víctima del conflicto y por ser parte de los pueblos originarios, que tenemos un tratamiento diferencial en el país”.
“En Bogotá, hemos hecho varias gestiones para tener nuestra propia casa de pensamiento Kankuama, pero no nos han dado el espacio aún”, según José.
¿Pérdida de la identidad indígena?
El médico Ely, del resguardo Las Delicias, es uno de los indígenas que entrevistó Diana Granados en su investigación y considera que sí es posible mantener la identidad en la ciudad, siempre y cuando los valores en la familia sean fuertes. “Se trata de un reto complicado, pues una vez en la ciudad son muchos los jóvenes que se exponen a las dinámicas urbanas y todo lo que ello implica, como por ejemplo el acceso a la tecnología, a la televisión”, señala.
José Apolinar coincide con el médico Ely en esta apreciación. “En la Sierra Nevada estábamos rodeados de los mayores, que son nuestros guías espirituales y realizábamos diferentes eventos culturales y celebraciones. Lastimosamente, nuestros hijos no pudieron conocer estas tradiciones”.
Pero después del 2000 varias familias de la población Kankuamo tuvieron que desplazarse a causa del conflicto armado. “Por esto, varios nos organizamos y empezamos a realizar nuestras reuniones tradicionales en el Parque Nacional o en los Cerros Orientales porque estos terrenos tienen un parecido con la Sierra Nevada por la naturaleza que hay en ellos”, cuenta Apolinar.
Igualmente, dos hijos de José han aprendido a tocar las gaitas del pueblo Kankuamo y su hija se va a casar próximamente en una ceremonia tradicional de este pueblo.
El deseo de José es volver a vivir a la Sierra Nevada con su esposa. Su aspiración coincide con el 45% de la población Kankuamo que está en Bogotá y quiere retomar el control de sus territorios. Para esto, le piden al Estado garantías de seguridad, vivienda, tierra productiva, salud y educación. El otro 55% de este pueblo quiere reubicarse en la ciudad.